jueves, 30 de abril de 2020

CAPITÁN LÓPEZ PARDO


           
             Hay muchas verdades de Perogrullo, aunque la realidad es que lamentablemente en la riada de inmoralidad que nos arrastra no tenemos un momento de ensimismamiento para recordarlas. Una de estas verdades, que en las entidades oficiales o gubernamentales cuyo olvido nos perjudica y envilece más, es aquella que dice: Si el jefe es corrupto, los subordinados a sus órdenes, por pasiva o por activa, corruptos serán también; por pasiva, cuando ocultamos la fechoría con nuestro silencio; por activa, cuando ejecutamos el cohecho y dividimos lo defraudado.

            En aquel Regimiento salía el Coronel muy temprano acompañado de una cuadrilla de subordinados que recorrían el cuartel con no sabemos qué finalidad. Sorprendía que entre estos acólitos estaba un capitán médico que habían separado del ejército por cobrar 50.000 ptas por dar inútil para toda actividad militar a quien le pagara la citada cantidad. Como no había publicidad de ninguna clase, el silencio se llenaba de rumores, el más insistente propalaba que el ex Capitán se había dado de alta de empresario de albañilería y le habían adjudicado las obras de desescombro que él cobraba y realizaban los soldados.
            Mención aparte merece el Capitán López Pardo, un condecorado oficial que se embriagaba cada vez que hacía Cuartel. EL silencio sobre su pasado se llenaba de bulos como siempre ocurre; pero el que predominaba era que junto a sus bizarras actuaciones en combate había otras actuaciones menos meritorias efectuadas en la retaguardia que tal vez necesitara olvidar.
            Pero volvamos a la realidad, una noche a altas horas, esperando que los soldados se quedaran dormidos para irme a mi cama en la residencia de suboficiales, como sintiera un ruido extraño, pero considerable por la escalera que daba acceso a la Compañía que estaba encima de la nuestra, abrí mi puerta y me encontré al corneta del batallón, que resumía en su persona todos los vicios pues era indisciplinado, borracho y cliente habitual de lupanares. Como al abrir, al primero que vi fue al susodicho corneta, no pude contenerme y le grité ¡degenerado¡ Sin reparar que el ruido era provocado por el arrastre del Capitán con sus espuelas y sables que habiendo bebido en exceso lo llevaba  a su Compañía. Al día siguiente, el aludido corneta me dijo con ironía:
            “El Capitán me ha preguntado quién era la persona que pronunció la palabra ¡degenerado¡ Y le di tu nombre.”
            Pasadas unas semanas que volví a coincidir mi servicio con el suyo, ocurrió algo bochornoso: en medio de dos comedores alargados había un mostrador de mampostería donde efectuaba la rutina de probar el jefe la comida  de los  soldados; digo rutina porque no se hacía con el debido rigor; es  lo cierto que había desaparecido el mostrador y quizás por su intoxicación etílica no observó su falta y pretendió recostarse sobre él; natural o lógicamente cayó al suelo y quedó por una parte el Capitán y por otra su gorra y algún complemento más; en aquel momento yo paseaba por el pasillo y para evitar tan denigrante espectáculo giré y me volví.
            Una vez terminada la comida, me llamó y rodeado de varios oficiales, me preguntó que en cuántos frentes había estado y cuántas medallas había merecido en la Guerra; respondí que en el año 36 solo tenía 11 años y que por tanto no fui al Frente; entonces dirigiéndose a los oficiales dijo: 
            Veis como es un chulo” -y volviéndose a mí-, “Quedas arrestado”.

            Estuve toda la noche cumpliendo el arresto y por la mañana como preguntara donde correspondía cuál era mi situación, me dijeron que nadie había cursado ningún parte contra mí y que en consecuencia quedaba libre; pensé que por la anoche tal vez no había podido escribir y que por la mañana tal vez habría olvidado lo sucedido o que tal vez pensara que mi respuesta era correcta.

            Prosigo los tristes relatos de mi afortunadamente breve estancia en el Cuartel. En alguna ocasión anterior he aludido al alto porcentaje de analfabetos que había en la Compañía tal vez,  de los 117 soldados que la componían, solo supieran leer 17. Esta era la realidad; pero oficialmente no había ninguno. ¿Cómo era esto posible?, ¿de qué artimaña inmoral se habían valido para lograrlo? Ya hemos dicho en otra ocasión que la moralidad no era precisamente lo que sobraba en aquel Cuartel. Cada semana había pruebas para aprobar la Alfabetización. Entonces de los 17 presentaban a varios con los nombres de los ágrafos, y con el mismo espíritu o moral de los que cometían el engaño actuaban los examinadores. Como quizás este procedimiento estuviera generalizado, alguien dio la alarma a la superioridad de Sevilla que envió a un General de Inspección que pudo haber denunciado el caso si no fuera porque con antelación se hubiera recibido una orden de enviar cien soldados al Regimiento nº 15, denominado Álava y que residía en Cáceres. Me correspondía llevarlos a mí, que no me satisfacía mucho pero que desistí cuando me dijeron que no era un viaje directo sino que había que hacer varias paradas. Entonces busqué un sustituto que era el Sargento Bazán, el cual no gozaba de buen concepto entre los soldados; se decía que tenía una Cruz Negra, que distinguía a quien maltrataba a los soldados; ignoro si ello era una realidad o una leyenda;  me inclino porque fuera un mito por cuanto más fácil que mantenerlo sería desprenderse de él. Mentira o verdad, algo de malevolencia habría en su proceder por cuanto que varios soldados me pidieron que los llevara yo; no querían al tal Bazán.
            La noche antes de partir recibí la visita de uno de aquellos soldados de apellido Carbonell quien pidiéndome que los acompañara me enseñó una foto de una muchacha bien parecida y cierto aire infantil; me preguntó si me gustaba y que si quería, aún estando en las Arrepentidas de Sevilla, él me la sacaría… Reiteré que ya había renunciado y que con su ofrecimiento no iría de ninguna forma.

            Hay quien atribuye esta falta de inteligencia a la propiedad privada; yo no atribuyo exclusivamente a un sector de la propiedad, lo atribuyo a toda la sociedad; cualquier hombre que se precie que lo sea de verdad, tiende a más de la elevación social propia, para marcar pautas sociales de prestigio emulables, que marquen el nivel moral de su sociedad.
           
            Hay      quien demagógicamente atribuye el retraso de su pueblo a sus contrarios para eludir responsabilidades y buscar adeptos. Son la mayoría de políticos y demás limitados.

            Siendo la duración de mis prácticas hasta el 30 de septiembre, se acababa mi experiencia demoledora de mi servicio militar. Les narro lo que pasó el último día: A las siete de la mañana, teniendo mi Compañía formada, se presentó el Teniente Espinosa de los Monteros, quien me dijo en tono de amenaza, no de consejo: “Tened en cuenta que las maniobras se harán con fuego real”  y seguidamente preguntó por el corneta que faltaba; como alguien dijo que estaba enfermo ordenó que se presentara en la formación; a los pocos minutos, se presentó envuelto en una manta, demacrado y dando unos “tiritidos” que impresionaban. Y sin más explicaciones, entrecruzó el Teniente los dedos de las dos manos y con el fuerte puño que se formó arremetió contra la cara del corneta y lo derribó. Se decía que estaba tuberculoso. No comprendiendo lo sucedido, recordé una frase del médico judío Gabay que me había dicho en alguna ocasión, los hombres que tienen irisaciones en la mirada a veces son invertidos reprimidos y se refirió con toda cautela al Teniente.
            (El sargento Gabay era un joven médico judío natural de Ceuta que había hecho la Instrucción Premilitar Superior, pero que después, tras meditarlo, el alto mando había decidido degradarlo porque en el glorioso ejército español no podía haber oficiales judíos.).




martes, 28 de abril de 2020

SOBRE LA POSGUERRA DE JULIO 1936



                                          
        
         Alguien con suficiente ascendencia moral ha aseverado que los españoles constituimos un pueblo especialista en Guerras Civiles. Añado con dolor que la mayoría han resultado estériles.
         La Guerra Civil presupone siempre la incapacidad de cuantos bandos discrepan en convencer a los otros. Hay que considerar también que aunque de distinto rango o categoría, todas las posiciones son negociables en política, salvo las radicales que propugnan la destrucción del contrario, que implican barbarie y no tienen más que una relativa solución que es la guerra. Digo relativa, porque si el vencedor a más de la fuerza militar no lleva la supremacía moral y concepción nueva y actual de la sociedad, los resultados de la contienda bélica serán estériles; se arruinarán ambos, vencedor y vencido, y la impotencia de diálogo, el odio que dio lugar a la guerra, se incrementarán.
         A principios del 48 la situación personal y familiar era la siguiente: mi salud seguía siendo insuficiente; por otra parte, e importante, me eché una novia, que si todas las mozuelas de 20 años alumbran la vida como soles, la designada por el destino para uno marca nuestro camino personal: nos asegura nuestra continuidad biológica y la persistencia de nuestra línea espiritual a través de la descendencia. En cuanto a la economía familiar cada vez era más precaria. Tenía dos opciones, una hacer magisterio que solo requería en aquel tiempo unos muy reducidos exámenes, y entonces podría hacer el servicio militar de Alférez y así resolver mi problema económico; otra, incorporarme  de Sargento para librarme del servicio militar y con mis hermanos restablecer nuestra maltrecha economía. Cuando fui al Cuartel para informarles de mi decisión y pedirles instrucciones o asesoramiento para llevar a efecto mi propósito, me recibió el Teniente T. y me dijo con no disimulado mal humor “que el más honroso título que podía ostentar era el de Alférez y el máximo escarnio que se le podía causar al ejército era degradarse voluntariamente”.
          Como se mostrará con posterioridad y confirmará mi vida, mi decisión fue acertada.
         Fui destinado al Regimiento de Infantería de Cádiz nº 41 al que me incorporé el 1º de Abril de 1948, día festivo por aniversario de la supuesta Victoria. Al día siguiente me designaron Cuartel y el oficial de Guardia me llevó a una enorme pila cónica de escombros que me dijeron originada por la terrible explosión del polvorín del Barrio de San Severiano, que contenía tantos metros cúbicos, e indicaron que,  para quitar uno  aquellos montones, contaba con dos vagonetas y 10 soldados que procedían de la Guardia del Castillo, presidio de Santa Catalina, Allí, en turno de dos horas habían mantenido 6 puestos,  y por tanto había dos soldados que habían estado 4 horas ininterrumpidamente. Aquellos muchachos estaban tan extenuados que  la nube de polvo que se originaba al mover los escombros era tan grande que imposibilitaba verlos si se caían al suelo donde se quedaban profundamente dormidos. Estaba separada la guardia del Castillo, de la que se  encargaba  un sargento, de la vigilancia de la puerta principal, de la que respondía y llevaba la llave un brigada.

         En la primera guardia que me tocó Santa Catalina tuve la suerte de corresponderle la puerta a un brigada, Pinillas, aunque no única, representaba una de las pocas excepciones de honorabilidad, eficiencia y sociabilidad. Cuando llegó la noche, tuve la sorpresa de oír lo que ya creía  que estaba en desuso y podía escucharse solo en las películas antiguas: cada media hora se oía la voz de ¡Centinela, alerta¡ Alerta el 1 y sucesivamente ¡Alerta el 2, 3….¡ Hasta el 6. Pero a media noche, cuando bramaba el viento y se acentuaba el frío, dejó de oírse o se interrumpió un ¡alerta¡; mi falta de experiencia, pues como en las instrucciones elementales que habíamos recibido se había omitido, me hizo recurrir a Pinillas que así me respondió:
         “Ahora hay que ir al número que no ha dado el grito y comprobar si está dormido o enfermo”.
         Como no me pareciera muy sugestiva mi obligación y dubitara, se adelantó el Brigada levantándose y dijo:
         “No te preocupes porque voy a ir yo a realizar tu misión”.
         Pasados pocos minutos, se sintieron dos disparos que nos angustiaron y seguidamente se presentó Pinillas diciendo:
         “No ha pasado nada; se quedó profundamente dormido en la garita y al despertarlo con todas precauciones, se alteró y disparó”.


         Otras tristes historias las comento como fehacientes testimonios de la pobreza del pueblo andaluz. Me destinaron en la segunda compañía del 2º Batallón. Estaba compuesta de jóvenes y menos jóvenes de provincias ricas de nuestra región; no faltaban soldados de Sevilla ni de Jaén. Aludo a “menos jóvenes” porque algunos procedían de Ayuntamientos que, previniendo la llegada de la “acracia”, habían procedido a quemar todos los documentos sobre nacimientos, y algunos, escondiendo o falseando los suyos, se habían incorporado muy rebasados los 20 años. Y más sorprendente  todavía era el número tan considerable de analfabetos.
         Como las comidas fueran insuficientes en las Compañías normales, sus familias compensaban la escasez del rancho con envíos. Sin embargo en nuestra Compañía, donde había mayores con hijos y soldados sin padres o con ellos en la máxima pobreza, apenas recibían alimentos compensatorios. Por estas razones permitió el mando que comieran fuera junto a la cocina, para que el día que sobrara comida tuvieran preferencia al reenganche.  Aquí, un triste día sucedió lo siguiente: el Capitán me dijo:
         “Hay 17 filetes- comida excepcional- para otros tantos reenganches; fórmelos, recuéntelos y vaya de cantidad en cantidad, señalando los 17 afortunados”.
         Como en el último hubiera dos soldados disputándose el lugar opté por excluir a ambos. Paseaba de espalda a los soldados cuando al oír  un rumor me volví y vi a uno de los eliminados que venía hacia mí empuñando una cuchara al revés con el propósito de clavármela. Afortunadamente no perdí la serenidad y le dije:
         “Tienes la licencia concedida pendiente de tramitación, si te arresto posiblemente la pierdas y tardes tiempo en volver con los tuyos; mientras viene, quiero que me acompañes a cuantos sitios vaya y compruebes la clase de persona que soy”.
         Aquel pobre muchacho era natural de Vilches (Jaén) y su nombre era F. Torrentera Bravo.

          Algo de desconcierto me desorientaba en un empleo limitado y rodeado de colegas sin futuro que no inyectaban precisamente optimismo. Los sargentos profesionales, una vez terminada la guerra, vegetaban o esperaban que surgiera un hueco donde insertarse en la vida civil. En estas circunstancias, una tarde de principios del mes de Mayo, alguien de mis superiores me ordenó que había que llevar la Compañía a confesarse a la Iglesia de San José, distante unos cien metros. Pregunté si estaban preparados y quién le había hecho la preparación; como era norma militar, se me contestó que en el ejército no se discutía sino que simplemente se acataban órdenes de los superiores. Con esta información llevé la Compañía a la Iglesia; como el capellán se retrasara, mientras llegaba hice algunas preguntas que me llevaron a la desasosegante conclusión que nadie los había preparado y que la mayoría nunca se había confesado; apresuradamente les dije que al arrodillarse dijeran “Ave María Purísima” y prosiguieran “padre ayúdeme”. Cuando habían pasado 4 ó 5 soldados, tocó el turno a nuestro “machacante”, con este nombre se designaba a un asistente que en vez de dedicar sus servicios a un solo oficial, lo prestaba a los tres sargentos de cada Compañía. Nuestro machacante era un soldado de los que ingresaron en la mili con más edad, tal vez tuviera los 30 años; fuerte, diligente y discreto nos proporcionó una seria alarma consistente en que el confesor se levantó y con voz amenazante nos conminó:
              “Sargento, llévese a esta gente y pídanle a Dios que no vayáis todos al Castillo”.
         
       Una vez de vuelta en el Cuartel, me apresuré a llamar al Capitán refiriéndole lo sucedido; diome cierta tranquilidad que en vez de tomarlo como cosa grave, lo tomase a chacota y echándose a reír me dijo:
“Llego enseguida”.
     Pasados unos minutos se encerró con Muñoz que así se apellidaba el machacante y en poco tiempo salió sin dejar de reír; inmediatamente le pregunté por las cosas tan graves que hubiera dicho Muñoz y me contestó:
         “Como pidiera al capellán que le ayudara, empezó a enumerarle los pecados por sus nombres cultos: 6º Mandamiento, onanismo, lujuria, etc.; como viera que ningún pecado había cometido, empezó a traducírselos al castellano: relaciones con mujeres, etc…    entonces el que se confesaba prorrumpió:
         -“Pero hombre, Usted no sabe que tengo 5 hijos”.
         Y en este punto hizo levantarse al Capellán y anunciar la amenaza que precede.


                     Se decía que entre dos compañías de enchufados, Destinos y Plana Mayor se juntaban entre 4 ó 5 centurias que jamás aparecían por el Cuartel. Se ignoraba si pagaban una cuota o si eran enchufados por amistades de los Jefes. De todas formas y aunque las comidas eran de baja calidad y por tanto de exiguo costo, entre tanta cantidad de soldados ausentes, debían totalizar un montante considerable cada año, al cual había que añadir los importes de ropas y zapatos.
         Como se pensaba que podían realizar el fraude gigante que precede, posiblemente en favor de señoritos, y se permitía que un padre, como el antedicho Muñoz, dejara abandonados a sus 5 hijos, se veía evidente que los vencedores de la Guerra Civil carecían de moralidad. Se me venía a la memoria mi definición del comportamiento ético: Consiste en respetar la libertad del prójimo para que realice su destino; en reciprocidad, el prójimo respete la  nuestra para que podamos realizar nuestra vocación.


          
Con fecha 24 de septiembre de 2018 expuse mis pensamientos laudatorios sobre la creación y evolución de la manufactura de la piel (Podéis leerlo aquí: https://prudenciocabezas.blogspot.com/2020/03/sobre-la-piel-de-ubrique-prudencio.html. En esta ocasión mantengo las inmodestas pretensiones de exponer los riesgos que en su evolución podría sufrir y apuntar ciertas sugerencias para garantizar su continuidad.
            Es un hecho de general conocimiento que de la pura artesanía tradicional se va evolucionando hacia la mecanización y el automatismo progresivo; en cuyos límites fantásticos uno contempla la posibilidad que se introdujera el dibujo en el artefacto y te entregara la pieza completamente realizada (las impresoras 3D ya se acercan); entonces, excluyendo los administradores, la masa de operarios que hoy requiere esta industria quedaría muy reducida. Afortunadamente la mecanización actual es compatible y requiere cada día más operarios. Ello tiene dos causas:
1ª ) y principal: El consumo de bolsos se incrementa constantemente y en la misma proporción que se va liberando económicamente la mujer; ésta está obligada en sus salidas a llevar pequeños productos para atender a su higiene íntima y su belleza.
2) El otro motivo es que el bolso es un objeto de escasa plusvalía que difícilmente pudiera compensar su mecanización y automatismo total.
Otro factor  que debe influir en su permanencia en nuestra villa es que a pesar de distar de los salarios industriales, estamos  rodeados solo de explotaciones agrarias que salvo en la recolección cada día precisan menos trabajadores. El peligro real lo constituiría la industrialización de las provincias aledañas o el resurgimiento de la albañilería como hace años ocurrió. Si esto sucediera, se impondría el traslado a otros países de la maquinaria que aunque incompleta ya es decisiva.

En la actualidad, se tiene entendido, llevan y predominan en el mercado mundial las grandes marcas multinacionales creadoras de la moda del vestido femenino  y masculino, que además crean las líneas de sus demás complementos, que es lo que nos encomiendan o realizamos en Ubrique. Quizás mientras no fuéramos creadores de moda no podríamos tener autonomía. La creación de moda tal vez sea tanto o más difícil que la creación industrial. ¿Por qué está circunscrito el poder creador al triángulo formado por Paris, Milán, Londres?
            Si, como se dice, antes de  realizar es preciso pensar, ¿por qué no asumen nuestros jóvenes la meditación de nuestras limitaciones actuales?

lunes, 27 de abril de 2020

¿NOS ES POSIBLE A LOS ANDALUCES EL CAMBIO?





            Se dice que hay razas sobre las que gravita como una maldición divina su imposibilidad de cambiar. Nuestro pueblo ha llevado a efecto en el siglo XVI una de las empresas que han admirado e interesado a toda la humanidad. Sin embargo llevamos 300 años de espalda a la historia del mundo. Se mantiene que los grandes pueblos creadores de futuro son los que idolatran el progreso material y el ascenso de la mayor altura moral. En ellos, en sus entrañas germina el genio creador, cuyas hazañas asombran y enriquecen al mundo. Es incomprensible, por ajeno a la lógica, que hayamos desertado en un período de casi 300 años a la realización de nuestro destino. En este triste periodo de retracción hemos idolatrado a una figura humana de subidos quilates de hombría, el hombre que desafía a la muerte: el torero.  Reiteramos su excelsitud subrayando al mismo tiempo su intrascendencia social.
            Al mismo tiempo, ha pululado en nuestra sociedad el cura de baja formación intelectual y paradójicamente, de escasa formación moral, que en algunos casos compensaba con la apetencia de dinero, lo que se denomina un cura simoniaco, pero que torpemente hemos venerado y ello ha influido negativamente en nuestra sociedad.
            Estos dos errores selectivos de nuestro pueblo han determinado su atraso por insuficiencia de investigadores, hombres y mujeres geniales que descubren los secretos de la naturaleza, además de los caminos futuros de los humanos y enorgullecen y enriquecen a sus pueblos.

PRESENTIMIENTOS SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LA MARROQUINERÍA





           Con fecha 24 de septiembre de 2018 expuse mis pensamientos laudatorios sobre la creación y evolución de la manufactura de la piel. En esta ocasión mantengo las inmodestas pretensiones de exponer los riesgos que en su evolución podría sufrir y apuntar ciertas sugerencias para garantizar su continuidad.
            Es un hecho de general conocimiento que de la pura artesanía tradicional se va evolucionando hacia la mecanización y el automatismo progresivo; en cuyos límites fantásticos uno contempla la posibilidad que se introdujera el dibujo en el artefacto y te entregara la pieza completamente realizada (las impresoras 3D ya se acercan); entonces, excluyendo los administradores, la masa de operarios que hoy requiere esta industria quedaría muy reducida. Afortunadamente la mecanización actual es compatible y requiere cada día más operarios. Ello tiene dos causas:
1ª ) y principal: El consumo de bolsos se incrementa constantemente y en la misma proporción que se va liberando económicamente la mujer; ésta está obligada en sus salidas a llevar pequeños productos para atender a su higiene íntima y su belleza.
2) El otro motivo es que el bolso es un objeto de escasa plusvalía que difícilmente pudiera compensar su mecanización y automatismo total.
Otro factor  que debe influir en su permanencia en nuestra villa es que a pesar de distar de los salarios industriales, estamos  rodeados solo de explotaciones agrarias que salvo en la recolección cada día precisan menos trabajadores. El peligro real lo constituiría la industrialización de las provincias aledañas o el resurgimiento de la albañilería como hace años ocurrió. Si esto sucediera, se impondría el traslado a otros países de la maquinaria que aunque incompleta ya es decisiva.

En la actualidad, se tiene entendido, llevan y predominan en el mercado mundial las grandes marcas multinacionales creadoras de la moda del vestido femenino  y masculino, que además crean las líneas de sus demás complementos, que es lo que nos encomiendan o realizamos en Ubrique. Quizás mientras no fuéramos creadores de moda no podríamos tener autonomía. La creación de moda tal vez sea tanto o más difícil que la creación industrial. ¿Por qué está circunscrito el poder creador al triángulo formado por Paris, Milán, Londres?
            Si, como se dice, antes de  realizar es preciso pensar, ¿por qué no asumen nuestros jóvenes la meditación de nuestras limitaciones actuales?

jueves, 23 de abril de 2020

MI VIAJE A ALEMANIA EN 1956 (2ª PARTE)


  


           Proseguí la marcha sin novedad hasta llegar a la frontera alemana donde entraron en mi compartimento unos paracaidistas tan jóvenes como saludables y esbeltos que dieron los buenos días en francés y al responderles en español automáticamente, como movidos por un resorte, se levantaron pronunciando mientras salían: “¡Chien franquiste¡”.
            Continué el viaje hasta las seis de la tarde en que llegué a Frankfurt, anocheciendo y nevando. Me llegué al Hotel donde había reservado hospedaje, donde para sorpresa y angustia mías me dijeron que ante mi tardanza habían dispuesto de la habitación, pero que no me agobiara porque en la sala de espera de la Estación, que estaba confortablemente acondicionada, podría quedarme; como mi opinión discrepara de la del hotelero, no sin antes acordarme del desprestigio que padecíamos los andaluces como fulleros, dirigí a Keller una llamada explicándole lo sucedido. Su respuesta, más que toda la propaganda germanófila, más que todos los textos sobre la cultura germana, me reveló que en aquel país imperaba una civilización infinitamente superior a la nuestra que merecía esforzarse por conocerla; a través de la  pérdida de la Guerra tenía una opinión de este pueblo tan negativa que la cordialidad de mi amigo y otros me obligaron a rectificarla de raíz.
            Pero volvamos a su lacónica respuesta, después de preguntarme dónde estaba y sincronizar nuestros relojes, taxativamente dijo:
            -“Sal a tu derecha y en la esquina donde tu reloj marque la hora X, tomas un autobús”.
            Como coincidiera con la hora de salida de los operarios de las fábricas y tiendas, iba rebosante, que, por cierto, me originó dos sorpresas: era el primer autobús articulado que veía y aún más sorprendente fue comprobar que todos sus ocupantes iban leyendo con avidez.
            Pero volvamos a las instrucciones lacónicas de mi amigo:
            “A tal hora, ya anochecido, te apeas y buscas el número 16 y la calle se llama Frisinter”.
            Como la oscuridad me impedía ver el número, me orientó la iluminación extraordinaria de uno de los chalets donde  al abrir la puerta, como pusieran un pasadoble y exhibieran unas preciosas muñecas andaluzas del fabricante Marín, me impresionaron tanto que mantengo  vivo su recuerdo y la conmoción que me produjeron. Estaba en casa de unos amigos de Keller llamados Eugen Widemann. El era ingeniero y ella Licenciada en Hispánicas, lo cual colaboró para entendernos mientras llegó Keller. Me ofrecieron cena y una habitación para dormir.
Rápidamente llegó y organizaron una sobremesa digna de la más noble y distinguida persona; comprendía que el agasajado y homenajeado principal tal vez fuera mi amigo, pero tengo que subrayar por mi parte que de la gentileza y generosidad de aquel matrimonio no me olvidaré jamás y nunca dejaré de estar sorprendido y agradecido. En la sobremesa se trató de política española que era, más que política, una parodia a veces sangrienta, y otras, las menos, cómica. Pasaron un reportaje de uno de sus veraneos en Yugoslavia y de otros en la parte de África Ecuatorial. Me impresionaron unas imágenes comparativas de adolescentes negras en pleno desarrollo con otras de adolescentes europeas nórdicas aún indiferenciadas.
            Por la mañana, al levantarme inició tal número de acontecimientos generosos, ahora sí dedicados a mí en su totalidad, que, comparados con las desatenciones iniciales,  en una sola oportunidad que nos dio la vida, me he avergonzado siempre de no haberles correspondido. Y mi angustia fue más honda porque sumido en el tráfago de mis actividades comerciales, cuando traté de corresponder a la generosidad sin límites pude saber que todos habían muerto. Me hizo pensar que quien de la complejidad de la vida mira solamente una, de sus infinitas facetas solo ve una, al final se quedó ciego y ya nunca podrá ver la riqueza de su diversidad, quedando incapacitado para la convivencia.

            Reanudo mi memoria de las atenciones que fui objeto. Como Keller marchara a sus negocios y le pidiera orientación a la Sra. sobre la forma de desarrollar los míos, principalmente sobre traslados e intérpretes, la nunca bien estimada señora se ofreció a acompañarme. No padecí ninguna limitación ni contrariedad. No los olvidaré nunca. De modo especial, jamás se borrará de mi corazón que cuando me levantaba al amanecer se personaron en la puerta de mi habitación dos niños y una niña, una princesita gótica que era la encarnación de lo arcangélico, que, aleccionada por su madre, me deseó el día mejor en mi lengua.

            Cuando recuerdo la cordialidad que me dedicaron y la forma de corresponderles que tuve con ellos que se aproximaba a lo burdo y casi lo soez, se recrudece mi vergüenza. Ocurrió que un mal día se presentaron en Ubrique y como mi primer habitáculo de recién casado no fuera lo presentable que debía y se merecían, los llevé a la casa de mis padres y se los presenté, lo que constituyó todas las atenciones con que correspondí a las infinitas suyas.

            A veces, cuando se abre la herida de mi mal comportamiento, pienso que la única compensación pudiera consistir, ya que me es imposible realizarla yo, la que llevara a efecto alguien de mi descendencia como gratitud a ellos y homenaje a su pueblo- como digo- que aprendiera alemán. A veces tengo veleidades de filósofo y pienso que mientras el español es un idioma de medios  superficiales, el alemán lo es de fines profundos y que por tanto se equilibrarían.

martes, 21 de abril de 2020

ENRIQUE KELLER Y MI VIAJE A ALEMANIA EN 1956 (1ª parte)



                          


                        A mediados del 55 había iniciado relaciones comerciales y afectivas con Enrique Keller, alemán establecido en Zarauz (Guipuzcoa). Su jovialidad determinó que con cierta celeridad se fuera acrecentando nuestra amistad, en tal grado que un día le expresé mi deseo de visitar Alemania para estudiar su mercado y las técnicas de fabricación de la competencia en marroquinería. Acogió favorablemente mi propósito y me sugirió que la fecha más idónea sería en la próxima primavera, que al iniciarse el mes de Marzo se celebrarían las Ferias de Frankfurt y  Offenbach, que tenía el hábito de visitarlas todos los años en razón de sus negocios, y me brindaba su colaboración. Acepté su ofrecimiento expresándole mi gratitud.
                              Con anticipación de unos días me fui a las Vascongadas y allí me entrevisté entre otros con un cliente cuyo comercio se llamaba IRIBARNE. Este cliente, al ser informado que iría a Alemania, me aconsejó tuviera especial cuidado con mis conversaciones que pudiera mantener en Francia con españoles; había allí exiliados que mantenían conversaciones contra el Franquismo que si no les  seguías la corriente podían equivocarte; pero lo más grave era que a tu lado se sentaran franquistas simulando antifranquismo  y si compartías sus ideas políticas podías padecer serios problemas al regreso. Lo más prudente era mantenerse en silencio completo.
                              Un atardecer inicié el viaje. Al llegar a Hendaya entraron en el compartimento donde estaba yo cuatro o seis campesinos que al saludar en castellano y corresponderles en el mismo idioma se alegraron de la coincidencia. Llevaban atuendo de campesino y su comportamiento evidenciaba que no hacían teatro. Hicieron preguntas sobre mi profesión y destino que evadí y seguidamente, como continuara en silencio, comenzaron, en tono más chabacano y soez que discreto, a hablar mal del dictador y su régimen, incluso, repitieron un chiste burdo que preguntaba sobre la igualdad del pan de maíz con Franco. Como no riera y permaneciera mi mutismo, entonces para romperlo me hicieron una ofensa directa:
-          Este es un señorito de la camisa azul”.
                              Como no pudiera contenerme respondí:
-          “Este hombre, que no es un señorito, tiene la camisa limpia, cualesquiera que sea el color de la vuestra ¿está sin manchas? Y tened en cuenta que mientras en las guerras entre naciones puede haber buenos y malos, en las guerras civiles tal vez ninguno sea bueno aunque los vencedores acaso lo sean menos malos”.
                              Mientras pensaba que había hecho afirmaciones que podían comprometerme, los campesinos se ausentaron sin despedirse, excepto uno que dijo ser natural de Socuéllamos (Ciudad Real),
que consideraba que yo era influyente en la sociedad española y que podría ayudarle en su deseo de volver a su tierra. Después de decirle que se equivocaba respecto a mi importancia, manifesté  que recientemente un alto funcionario de Franco había hecho  unas declaraciones en el sentido que los exiliados que no hubieran cometido delitos de sangre podrían regresar impunemente con solo solicitarlo. Mientras corría por sus mejillas una lágrima, continuó:
-          Es que me atribuyen haber dado muerte al párroco de mi pueblo y yo no fui quien lo mató”.
-          “Si efectivamente Usted no fue el causante, búsquese una coartada; porque si no estuvo allí, estuvo en otra parte y habrá alguien que pueda certificarlo”.
-          “Pero es que lamentablemente estuve allí”.

Y en silencio se marchó.

                              Siguió el tren devorando kilómetros, cuando en el compartimento contiguo empezaron a llorar unos niños. El tren llevaba calefacción pero no agua. En mi elemental francés logré que el revisor les diera de beber; se trataba de la mujer de un exiliado que se trasladaba con varios críos a unirse con su marido en Tours; pidió les avisara donde debían bajarse; cuando llegaron a su destino, el marido que esperaba, informado por la mujer, me expresó gratitud y me ofreció un trago de leche que agradecí al tiempo de despedirnos.

lunes, 20 de abril de 2020

INTELIGENCIA Y TRAGEDIA DE M. J. C.



              La memoria de hombres de ínfima calidad humana me ha traído a la mente el recuerdo de una joven excepcional que frustró su vida paradójicamente por el grave error de la elección matrimonial.
            
          Sin ser guapa era vistosa y atractiva y de una simpatía fuera de lo común. Era esbelta. Y andaba con tal garbo que como decía mi amigo “el Melli”, “hay mujeres que al andar el sonido de sus tacones conmueven las estrellas”. ¿Dónde había  adquirido esta mujer estos dotes o acaso eran naturales en ella? Profesionalmente era modista y su excelsitud provocaba el mismo interrogante. Abrió su taller en la parte más alta de la calle San Francisco de Cádiz, y a pesar que no era completamente idóneo, a los pocos meses, las señoras de las clases más selectas de la ciudad hacían colas para vestir sus modelos. A cada persona, según edades y demás circunstancias, le imponía su modelo y color. Como alguien en alguna ocasión le preguntara dónde estudió estética obtuvo la siguiente desconcertante respuesta:
            En ninguna academia; si se presenta una cliente por primera vez, sin haberla visto nunca, sé el modelo y el color que debe vestir”.

            Todo discurría de forma colosal cuando la malaventura hizo que apareciera un novio que representaba el tipo moral antagónico a aquella cenicienta invertida porque se inició la vida de reina y la terminó de esclava; del enamoramiento pasaron al matrimonio y del matrimonio por la mala fe del marido a las permanentes disputas hasta la separación. Parece ser que desde el primer momento, el parasitismo del cónyuge le sacaba cuanto dinero podía. Como ella quedó embarazada y le obligara a tomar purgantes para que abortara, no tuvo más opción que la indicada.
            M. se fue a vivir con dos tías viudas que tenían un piso en la calle Rosario. Cuando el ex marido la localizó volvió a sacarle dinero esgrimiendo ahora una pistola. Como se formara en el vecindario femenino la lógica alarma e inquietud, apelaron, para evitarlo, al único varón que había entre todos los pisos a las horas de trabajo. Daba la circunstancia que éste era un estudiante joven de poca edad y fortaleza. Consciente de que aquel ultraje no se podía tolerar y podría acarrear una tragedia, púsose entonces en contacto con el Comisario de la Policía, natural de Ubrique y de nombre P.G.M a quien le expuso detalladamente lo que le ocurría. Respondió que estuviera tranquilo. Que podía hacerle cara porque la pistola con que amenazaba procedía del padre de un amigote suyo, de nombre F. Besa, y  no disparaba.
            Como el estudiante expusiera que a pesar de todo no se enfrentaría con él, ofreció otra alternativa consistente en que pusiera un guardia en la esquina de la Plaza de San Agustín y que cuando entrara el estafador, si alguien se asomara a alguna ventana con un pañuelo, el guardia procedería a detenerlo.
            Una vez detenido, el estudiante hubo de ir varias veces a la Comisaría, donde tuvo la oportunidad de informarse de las andanzas y compañías del desalmado sujeto. Se juntaba el apresado además del facilitador de la pistola, con un tercer marginado. Entre los tres, para continuar viviendo sin trabajar, tenían el proyecto de secuestrar al principal armador de la ciudad. Pero la Policía no les dedicaba mayor atención considerando que carecían de los elementos necesarios para realizarlo.

            Lamentablemente ella dio a luz una niña que apadrinaron entre una hermana de la madre y el estudiante, sobrino de primos hermanos, pues su madre era prima hermana de M.  Lo lamentable no fue el parto sino que  le provocara una tisis que le arrebató la vida.

            Deprimente de verdad; quizás como prueba de benevolencia hacia el delincuente que imponía la autoridad que se observara con todos los antiguos voluntarios de la División Azul, sugirió que el matrimonio celebraran una entrevista y que si ella lo perdonara, quedaría en libertad.
            Haciendo gala de una generosidad sin límite, lo perdonó quedando en libertad.
           Cuando la excelsa mujer murió, quizás no hubiera cumplido 26 años,  se frustró una feminidad auténtica y sublime.
             


viernes, 17 de abril de 2020

EL FRENTE DE JUVENTUDES




Los que se habían distinguido en acciones “meritorias” o “heroicas” durante la Guerra Civil no vivían en paz, mientras no estaban reviviendo el pasado u obstruyendo el natural desenvolvimiento de los enemigos que habían salvado la piel. Y cuando no tenían otra ocupación se entretenían marcándole lo que les era permitido hacer a los que no eran de su ideología. Aprendido de sus mayores, los del Frente de Juventudes se dedicaban a molestar a chiquillos y adolescentes.

            En una ocasión que un grupo de estos aprendices de fascistas molestaban a unas adolescentes, como hubiera un muchacho que censurara su conducta, y recibiera de respuesta un puñetazo, al replicarle con otro al agresor, éste pitó fuertemente con un silbato a cuyo pitido acudieran 20 o 30 salvadores de la patria que tiraron al suelo y lo patearon hasta que pudo levantarse. Comentaba después el agredido que entre sus amigos solo acudió uno a protegerle y ampararle. Había sucedido el atropello en la diagonal imaginaria que iba del Café de Pendón a la Posada, en las proximidades de ésta.
            Cuando iba con su único amigo hacia su casa se interpuso en su camino un vecino Falangista que esgrimiendo una pistola lo amenazó de muerte. Se oyó una voz diciendo:
            -“Tú matas en el paredón, pero no aquí”.
            Al llegar a su casa, al bañarse pudo comprobar que en su espalda tenía grabada las herraduras que para su gloria y la de su patria usaban estos forjadores de la grandeza de España.

            Después de la derrota de Hitler, Franco se apresuró a esconder todos los oropeles y toda su verborrea pseudo-sindicalista aproximándose a la Gran Nación Americana. Truman prefirió habérselas con un dictador apátrida. Como ya no hubiera presupuesto para equiparar a los aprendices para que siguieran el camino del Imperio hacia DIOS, las gloriosas juventudes, supervivientes de la bacanal patriotera, pensaron algún día festivo mandar a la taberna de M.J.V. por una arroba de vino peleón. Como no pretendían pagarla y que se la apuntaran a la cuenta de Falange, el dueño le exigió la firma y como no la obtuvieran, su entusiasmo patriotero y agresividad se esfumaron, no sabiéndose más de ellos. Salvo la excepción protagonizada por un tal F.B. maestro procedente del Frente de Juventudes de Cádiz, paisano del alcalde que para proteger su economía ahorrándole el alquiler del piso, le cedió el antiguo de las Juventudes que originalmente las denominaron “Balillas” como las italianas del Duce y posteriormente “Flechas” para finalmente llamarlas “Frente de Juventudes”, en cuyo piso se guardaba el siniestro utillaje y bisutería que requería la representación de su siniestro teatro; como íbamos diciendo, este ejemplar profesor aprovechó su estancia gratuita para vender las trompetas y los tambores.
            De este singular patriota se cuenta que en una ocasión que  llevaba a misa a sus alumnos los Domingos, como es natural en niños de pequeña edad que salvaban su aburrimiento charloteando y jugando, la emprendió a bofetadas con ellos hasta que los redujo a quietud y sollozos. La cobardía y envilecimientos eran tales que ningún familiar fue a denunciar el caso ni al cura ni al Cuartel; solo un hermano lo hizo y obtuvo tanto de uno como del otro la indiferencia por respuesta; por lo visto admitían que así se lograba el “proselitismo”. Quizás este tratamiento “cariñoso” de los niños haya determinado la irreligiosidad actual entre otros factores.
           

miércoles, 15 de abril de 2020



                                                                         LOS TRES HIJOS MAYORES

    Habían nacido respectivamente en Octubre de 1954, Julio de 1956 y Septiembre de 1958.
           Mientras que, con las propias diferencias de los humanos, coincidían dos en su serenidad, un tercero discrepaba completamente. Tal era su inquietud y travesuras que hubimos de ponerle una niñera solo para él. Era una muchacha de campo, limpia y hacendosa pero algo brusca en algunas ocasiones. En algún momento que se distraía, el niño aprovechaba la oportunidad para realizar una travesura o disparate. Fue muy sonada por sus consecuencias la que ahora cuento. Se subió al aparador donde se entretuvo en tirar todas las vajillas y cristalería al suelo. Mientras la pobre muchacha  se ocupaba de recoger las piezas rotas, según me informó mi mujer, le dijo:
-“Eres más malo que A.”
Como preguntara quién fue el tal A., para evitar violencia, se la trasladé a la niñera  quien dijo:
-“Un día que los falangistas fueron a tomar la Sauceda  se encontraron una de las chozas cerrada, vocearon para que les abrieran y como no lo hicieran, dispararon y la descerrajaron y al entrar vieron con horror que la dueña aparecía en el suelo con un tiro en medio de la frente mientras expulsaba el feto. El que mandaba la expedición, que era el tal A., se precipitó sobre el feto aún con vida y lo arremató cogiéndolo por las piernecitas chocándolo contra las paredes de la choza.
Varios zagales que jugábamos en la calle tuvimos noticias que llevaban el cadáver de una mujer hacia el Asilo y como nos apresuráramos a correr, llegamos a tiempo cuando la descargaban. Era una mujer joven, de mediana estatura y constitución rolliza, que llevaba un traje negro nuevo y que presentaba un agujero en mitad de la frente por donde manaba un hilillo de sangre”.

Después del suceso de la vajilla, surgieron otros que relaciono a continuación. Como la madre fuera excesivamente enérgica con los críos en la asistencia a misa, un domingo a la hora del almuerzo me contó lo siguiente:
-“A la hora de la misa, como viniera el niño y llamara a la puerta, le negué abrirle porque era hora de estar en misa; pero como insistiera diciendo que venía por el catecismo accedí y le abrí; seguidamente buscó una página en la cual me leyó: “Los niños menores de 10 años no tienen obligación de ir a misa”.
 Julia, mi mujer,  cuya sólida religiosidad admitía el error y la duda, después de narrarme lo sucedido me pidió mi opinión que yo eludí. No obstante terminó el fin de la incidencia: el niño tiró el Catecismo diciendo: “Te quieres ir ya….”

Tenía un maestro de Almería que se llamaba don Juan David. La escuela en aquellos años era mayoritariamente unitaria. Coincidió que mientras el maestro explicaba a los mayores el reinado de Carlos III manteniendo la tesis de su bondad real y la del ministro Aranda, y la expulsión de los Jesuitas, el niño se levantó preguntando si también eran buenos los Jesuitas.
Produjo tal desconcierto en el maestro que vino a mí preguntándome qué materias conversaba con el niño. Manifesté que yo tenía mucho trabajo y jamás le había comentado tal tema. El niño se fue a Málaga a hacer el Ingreso al cumplir los diez años.
Ya ahora os voy a relatar el mayor disparate de su infancia. Se juntaba con otro chiquillo de su edad, llamado de segundo apellido Barrera. En la que entonces se denominaba Plaza de la Verdura daban su sombra hermosos morales  que  los camareros llenaban de mesas y sillas para  servir bebidas en el verano. Había unos amigos disfrutando cuando los dos pequeños infantes pensaron en otra cosa algo levemente contraria. Barrera, que siempre era el promotor, sugirió que mi hijo se subiera en el moral desde el cual debía saltar encima de la mesa, cosa que sin demora se  apresuró a realizar, dada la bondad de la idea… No quedó ningún vaso, silla ni mesa en su sitio. Mi hijo se partió la parte interior de una de sus mejillas y  los aspirantes a un rato de ocio salieron despavoridos. Se ignora si es que ya habían terminado la consumición o fue que los daños los sufragó la madre.
 Ubrique 14 de abril de 2020


lunes, 13 de abril de 2020

            Ubrique en verde: Fuentes IV. Pozomonte


                                                         J.Z.P
Ubrique 12 de abril de 2020
         
          Como en los primeros años de la década de los 50 evolucionara el modesto negocio de artículos de piel que mantenía con mis hermanos favorablemente, pensamos independizar la fabricación de la estuchería, de la propia pequeña marroquinería de bolsillo; para desarrollar este proyecto buscamos la colaboración de un oficial competente y de acrisolada honradez que le concedimos plena  autonomía y confianza.
            La parte económica la llevaba con comedimiento y mesura pero no obstante nos sorprendió que incurriera en un descubierto de 13. 000 ptas, que aunque en el régimen autárquico que padecíamos tenía alguna consideración, no produjo ni nuestra alarma ni nuestra inquietud, pero sí moderada curiosidad  pues confiábamos plenamente en él; y en la primera oportunidad trataríamos de averiguar. He aquí su sorprendente respuesta:
            
            Un tío suyo ahora residente en Francia, en la zona de Perpignan, toda su ejemplar vida la había vivido con su mujer, con cierta austeridad pero con gran paz, en un rancho heredado de sus padres, situado en la parte Este de los Bujeos, hasta los últimos días del mes de Julio del año 36, cuando un vecino, empuñando una pistola, le amenazó obligándole a abandonar su tierra y a emigrar. El aludido tío que jamás se había ocupado de la política ni intervenido en ella, previas las demostraciones pertinentes, logró una orden del Cónsul de España en la que mandaba a la autoridad de Ubrique que se le reintegrara el aludido Rancho a su sobrino al cual le daba un poder para que pudiera cumplir la orden que precede. Erróneamente él consultó con un conocido que mal interpretó la orden y lo mandó a un abogado chanchullero que era quien le mentía y le sacaba el dinero.
            Cuando a nosotros nos mostró el documento ejecutivo o mandato, le hicimos ver que donde tenía que ir y le resolverían el caso era al Cuartel de la Guardia Civil. Sin demora habló con el Teniente quien después de estudiar el documento, le dio el siguiente ejemplo: Salió con él de su oficina cerrando la puerta y, una vez cerrada, se volvió y le dio tal “patadón” a la puerta que abrió las dos hojas;  seguidamente volvió a cerrarla y le ordenó que repitiera el número añadiendo  que “venía por la documentación entregada y por el dinero que injustamente le había sacado”. Haciendo un gran esfuerzo repitió la escena que desaprobó el Jefe por falta de contundencia. Después le dijo que tenía que repetirla en la puerta del abogado con máxima energía porque de ella dependería su éxito.
            Realizada la misión encomendada, el leguleyo no dejaba de decir: “¿Quién anda detrás de Usted?” y, por otra parte, “a su cliente habían de abonarle la cantidad de beneficios y mejoras que había hecho en la casa y en la finca”.
            Y sin más comentarios y sin devolver dineros ni papeles se dio por terminada la gestión.
            Informado el Teniente de lo sucedido, después de unos días de silencio, le citó a una hora determinada e hizo subir en el sidecar de la Guardia Civil, en aquel pequeño vehículo acondicionado solo para el conductor y una pareja, a tres personas más que figuraban comprimidas:  el usurpador, el representante del usurpado y el Teniente.
            Una vez que llegaron al Rancho, trató en vano el Teniente que le señalara el delincuente el lugar donde pudiera haber sucedido el atropello y ante su  negativa, abrevió dando lectura al mandato del Cónsul. Como el aludido usurpador expusiera su negativa aduciendo que él tenía que recibir en compensación a la multitud de mejoras que había realizado en la finca, cierta cantidad, absolutamente falsas a simple vista, el jefe citado y en esta ocasión nunca bien loado, mandó a la pareja de la  Guardia Civil que montaran sus armas; la rapidez en reaccionar positivamente el delincuente le evitó dar la orden de “Disparen”.

            Aunque el beneficiario del poder recibió el Rancho no tuvo ni los papeles ni el dinero. Ello fue debido a carecer de ánimo y recursos para reclamar y además porque el usurpador estaba vinculado con la familia Bohórquez quien se encargó de encubrir la monstruosidad que hemos relatado.



  a mis nietos y sus amigos Debido a la frustración que constituía la normalidad de los niños que tuvieron la desgracia de llegar a la ado...