jueves, 30 de abril de 2020

CAPITÁN LÓPEZ PARDO


           
             Hay muchas verdades de Perogrullo, aunque la realidad es que lamentablemente en la riada de inmoralidad que nos arrastra no tenemos un momento de ensimismamiento para recordarlas. Una de estas verdades, que en las entidades oficiales o gubernamentales cuyo olvido nos perjudica y envilece más, es aquella que dice: Si el jefe es corrupto, los subordinados a sus órdenes, por pasiva o por activa, corruptos serán también; por pasiva, cuando ocultamos la fechoría con nuestro silencio; por activa, cuando ejecutamos el cohecho y dividimos lo defraudado.

            En aquel Regimiento salía el Coronel muy temprano acompañado de una cuadrilla de subordinados que recorrían el cuartel con no sabemos qué finalidad. Sorprendía que entre estos acólitos estaba un capitán médico que habían separado del ejército por cobrar 50.000 ptas por dar inútil para toda actividad militar a quien le pagara la citada cantidad. Como no había publicidad de ninguna clase, el silencio se llenaba de rumores, el más insistente propalaba que el ex Capitán se había dado de alta de empresario de albañilería y le habían adjudicado las obras de desescombro que él cobraba y realizaban los soldados.
            Mención aparte merece el Capitán López Pardo, un condecorado oficial que se embriagaba cada vez que hacía Cuartel. EL silencio sobre su pasado se llenaba de bulos como siempre ocurre; pero el que predominaba era que junto a sus bizarras actuaciones en combate había otras actuaciones menos meritorias efectuadas en la retaguardia que tal vez necesitara olvidar.
            Pero volvamos a la realidad, una noche a altas horas, esperando que los soldados se quedaran dormidos para irme a mi cama en la residencia de suboficiales, como sintiera un ruido extraño, pero considerable por la escalera que daba acceso a la Compañía que estaba encima de la nuestra, abrí mi puerta y me encontré al corneta del batallón, que resumía en su persona todos los vicios pues era indisciplinado, borracho y cliente habitual de lupanares. Como al abrir, al primero que vi fue al susodicho corneta, no pude contenerme y le grité ¡degenerado¡ Sin reparar que el ruido era provocado por el arrastre del Capitán con sus espuelas y sables que habiendo bebido en exceso lo llevaba  a su Compañía. Al día siguiente, el aludido corneta me dijo con ironía:
            “El Capitán me ha preguntado quién era la persona que pronunció la palabra ¡degenerado¡ Y le di tu nombre.”
            Pasadas unas semanas que volví a coincidir mi servicio con el suyo, ocurrió algo bochornoso: en medio de dos comedores alargados había un mostrador de mampostería donde efectuaba la rutina de probar el jefe la comida  de los  soldados; digo rutina porque no se hacía con el debido rigor; es  lo cierto que había desaparecido el mostrador y quizás por su intoxicación etílica no observó su falta y pretendió recostarse sobre él; natural o lógicamente cayó al suelo y quedó por una parte el Capitán y por otra su gorra y algún complemento más; en aquel momento yo paseaba por el pasillo y para evitar tan denigrante espectáculo giré y me volví.
            Una vez terminada la comida, me llamó y rodeado de varios oficiales, me preguntó que en cuántos frentes había estado y cuántas medallas había merecido en la Guerra; respondí que en el año 36 solo tenía 11 años y que por tanto no fui al Frente; entonces dirigiéndose a los oficiales dijo: 
            Veis como es un chulo” -y volviéndose a mí-, “Quedas arrestado”.

            Estuve toda la noche cumpliendo el arresto y por la mañana como preguntara donde correspondía cuál era mi situación, me dijeron que nadie había cursado ningún parte contra mí y que en consecuencia quedaba libre; pensé que por la anoche tal vez no había podido escribir y que por la mañana tal vez habría olvidado lo sucedido o que tal vez pensara que mi respuesta era correcta.

            Prosigo los tristes relatos de mi afortunadamente breve estancia en el Cuartel. En alguna ocasión anterior he aludido al alto porcentaje de analfabetos que había en la Compañía tal vez,  de los 117 soldados que la componían, solo supieran leer 17. Esta era la realidad; pero oficialmente no había ninguno. ¿Cómo era esto posible?, ¿de qué artimaña inmoral se habían valido para lograrlo? Ya hemos dicho en otra ocasión que la moralidad no era precisamente lo que sobraba en aquel Cuartel. Cada semana había pruebas para aprobar la Alfabetización. Entonces de los 17 presentaban a varios con los nombres de los ágrafos, y con el mismo espíritu o moral de los que cometían el engaño actuaban los examinadores. Como quizás este procedimiento estuviera generalizado, alguien dio la alarma a la superioridad de Sevilla que envió a un General de Inspección que pudo haber denunciado el caso si no fuera porque con antelación se hubiera recibido una orden de enviar cien soldados al Regimiento nº 15, denominado Álava y que residía en Cáceres. Me correspondía llevarlos a mí, que no me satisfacía mucho pero que desistí cuando me dijeron que no era un viaje directo sino que había que hacer varias paradas. Entonces busqué un sustituto que era el Sargento Bazán, el cual no gozaba de buen concepto entre los soldados; se decía que tenía una Cruz Negra, que distinguía a quien maltrataba a los soldados; ignoro si ello era una realidad o una leyenda;  me inclino porque fuera un mito por cuanto más fácil que mantenerlo sería desprenderse de él. Mentira o verdad, algo de malevolencia habría en su proceder por cuanto que varios soldados me pidieron que los llevara yo; no querían al tal Bazán.
            La noche antes de partir recibí la visita de uno de aquellos soldados de apellido Carbonell quien pidiéndome que los acompañara me enseñó una foto de una muchacha bien parecida y cierto aire infantil; me preguntó si me gustaba y que si quería, aún estando en las Arrepentidas de Sevilla, él me la sacaría… Reiteré que ya había renunciado y que con su ofrecimiento no iría de ninguna forma.

            Hay quien atribuye esta falta de inteligencia a la propiedad privada; yo no atribuyo exclusivamente a un sector de la propiedad, lo atribuyo a toda la sociedad; cualquier hombre que se precie que lo sea de verdad, tiende a más de la elevación social propia, para marcar pautas sociales de prestigio emulables, que marquen el nivel moral de su sociedad.
           
            Hay      quien demagógicamente atribuye el retraso de su pueblo a sus contrarios para eludir responsabilidades y buscar adeptos. Son la mayoría de políticos y demás limitados.

            Siendo la duración de mis prácticas hasta el 30 de septiembre, se acababa mi experiencia demoledora de mi servicio militar. Les narro lo que pasó el último día: A las siete de la mañana, teniendo mi Compañía formada, se presentó el Teniente Espinosa de los Monteros, quien me dijo en tono de amenaza, no de consejo: “Tened en cuenta que las maniobras se harán con fuego real”  y seguidamente preguntó por el corneta que faltaba; como alguien dijo que estaba enfermo ordenó que se presentara en la formación; a los pocos minutos, se presentó envuelto en una manta, demacrado y dando unos “tiritidos” que impresionaban. Y sin más explicaciones, entrecruzó el Teniente los dedos de las dos manos y con el fuerte puño que se formó arremetió contra la cara del corneta y lo derribó. Se decía que estaba tuberculoso. No comprendiendo lo sucedido, recordé una frase del médico judío Gabay que me había dicho en alguna ocasión, los hombres que tienen irisaciones en la mirada a veces son invertidos reprimidos y se refirió con toda cautela al Teniente.
            (El sargento Gabay era un joven médico judío natural de Ceuta que había hecho la Instrucción Premilitar Superior, pero que después, tras meditarlo, el alto mando había decidido degradarlo porque en el glorioso ejército español no podía haber oficiales judíos.).




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