lunes, 20 de abril de 2020

INTELIGENCIA Y TRAGEDIA DE M. J. C.



              La memoria de hombres de ínfima calidad humana me ha traído a la mente el recuerdo de una joven excepcional que frustró su vida paradójicamente por el grave error de la elección matrimonial.
            
          Sin ser guapa era vistosa y atractiva y de una simpatía fuera de lo común. Era esbelta. Y andaba con tal garbo que como decía mi amigo “el Melli”, “hay mujeres que al andar el sonido de sus tacones conmueven las estrellas”. ¿Dónde había  adquirido esta mujer estos dotes o acaso eran naturales en ella? Profesionalmente era modista y su excelsitud provocaba el mismo interrogante. Abrió su taller en la parte más alta de la calle San Francisco de Cádiz, y a pesar que no era completamente idóneo, a los pocos meses, las señoras de las clases más selectas de la ciudad hacían colas para vestir sus modelos. A cada persona, según edades y demás circunstancias, le imponía su modelo y color. Como alguien en alguna ocasión le preguntara dónde estudió estética obtuvo la siguiente desconcertante respuesta:
            En ninguna academia; si se presenta una cliente por primera vez, sin haberla visto nunca, sé el modelo y el color que debe vestir”.

            Todo discurría de forma colosal cuando la malaventura hizo que apareciera un novio que representaba el tipo moral antagónico a aquella cenicienta invertida porque se inició la vida de reina y la terminó de esclava; del enamoramiento pasaron al matrimonio y del matrimonio por la mala fe del marido a las permanentes disputas hasta la separación. Parece ser que desde el primer momento, el parasitismo del cónyuge le sacaba cuanto dinero podía. Como ella quedó embarazada y le obligara a tomar purgantes para que abortara, no tuvo más opción que la indicada.
            M. se fue a vivir con dos tías viudas que tenían un piso en la calle Rosario. Cuando el ex marido la localizó volvió a sacarle dinero esgrimiendo ahora una pistola. Como se formara en el vecindario femenino la lógica alarma e inquietud, apelaron, para evitarlo, al único varón que había entre todos los pisos a las horas de trabajo. Daba la circunstancia que éste era un estudiante joven de poca edad y fortaleza. Consciente de que aquel ultraje no se podía tolerar y podría acarrear una tragedia, púsose entonces en contacto con el Comisario de la Policía, natural de Ubrique y de nombre P.G.M a quien le expuso detalladamente lo que le ocurría. Respondió que estuviera tranquilo. Que podía hacerle cara porque la pistola con que amenazaba procedía del padre de un amigote suyo, de nombre F. Besa, y  no disparaba.
            Como el estudiante expusiera que a pesar de todo no se enfrentaría con él, ofreció otra alternativa consistente en que pusiera un guardia en la esquina de la Plaza de San Agustín y que cuando entrara el estafador, si alguien se asomara a alguna ventana con un pañuelo, el guardia procedería a detenerlo.
            Una vez detenido, el estudiante hubo de ir varias veces a la Comisaría, donde tuvo la oportunidad de informarse de las andanzas y compañías del desalmado sujeto. Se juntaba el apresado además del facilitador de la pistola, con un tercer marginado. Entre los tres, para continuar viviendo sin trabajar, tenían el proyecto de secuestrar al principal armador de la ciudad. Pero la Policía no les dedicaba mayor atención considerando que carecían de los elementos necesarios para realizarlo.

            Lamentablemente ella dio a luz una niña que apadrinaron entre una hermana de la madre y el estudiante, sobrino de primos hermanos, pues su madre era prima hermana de M.  Lo lamentable no fue el parto sino que  le provocara una tisis que le arrebató la vida.

            Deprimente de verdad; quizás como prueba de benevolencia hacia el delincuente que imponía la autoridad que se observara con todos los antiguos voluntarios de la División Azul, sugirió que el matrimonio celebraran una entrevista y que si ella lo perdonara, quedaría en libertad.
            Haciendo gala de una generosidad sin límite, lo perdonó quedando en libertad.
           Cuando la excelsa mujer murió, quizás no hubiera cumplido 26 años,  se frustró una feminidad auténtica y sublime.
             


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