miércoles, 15 de abril de 2020



                                                                         LOS TRES HIJOS MAYORES

    Habían nacido respectivamente en Octubre de 1954, Julio de 1956 y Septiembre de 1958.
           Mientras que, con las propias diferencias de los humanos, coincidían dos en su serenidad, un tercero discrepaba completamente. Tal era su inquietud y travesuras que hubimos de ponerle una niñera solo para él. Era una muchacha de campo, limpia y hacendosa pero algo brusca en algunas ocasiones. En algún momento que se distraía, el niño aprovechaba la oportunidad para realizar una travesura o disparate. Fue muy sonada por sus consecuencias la que ahora cuento. Se subió al aparador donde se entretuvo en tirar todas las vajillas y cristalería al suelo. Mientras la pobre muchacha  se ocupaba de recoger las piezas rotas, según me informó mi mujer, le dijo:
-“Eres más malo que A.”
Como preguntara quién fue el tal A., para evitar violencia, se la trasladé a la niñera  quien dijo:
-“Un día que los falangistas fueron a tomar la Sauceda  se encontraron una de las chozas cerrada, vocearon para que les abrieran y como no lo hicieran, dispararon y la descerrajaron y al entrar vieron con horror que la dueña aparecía en el suelo con un tiro en medio de la frente mientras expulsaba el feto. El que mandaba la expedición, que era el tal A., se precipitó sobre el feto aún con vida y lo arremató cogiéndolo por las piernecitas chocándolo contra las paredes de la choza.
Varios zagales que jugábamos en la calle tuvimos noticias que llevaban el cadáver de una mujer hacia el Asilo y como nos apresuráramos a correr, llegamos a tiempo cuando la descargaban. Era una mujer joven, de mediana estatura y constitución rolliza, que llevaba un traje negro nuevo y que presentaba un agujero en mitad de la frente por donde manaba un hilillo de sangre”.

Después del suceso de la vajilla, surgieron otros que relaciono a continuación. Como la madre fuera excesivamente enérgica con los críos en la asistencia a misa, un domingo a la hora del almuerzo me contó lo siguiente:
-“A la hora de la misa, como viniera el niño y llamara a la puerta, le negué abrirle porque era hora de estar en misa; pero como insistiera diciendo que venía por el catecismo accedí y le abrí; seguidamente buscó una página en la cual me leyó: “Los niños menores de 10 años no tienen obligación de ir a misa”.
 Julia, mi mujer,  cuya sólida religiosidad admitía el error y la duda, después de narrarme lo sucedido me pidió mi opinión que yo eludí. No obstante terminó el fin de la incidencia: el niño tiró el Catecismo diciendo: “Te quieres ir ya….”

Tenía un maestro de Almería que se llamaba don Juan David. La escuela en aquellos años era mayoritariamente unitaria. Coincidió que mientras el maestro explicaba a los mayores el reinado de Carlos III manteniendo la tesis de su bondad real y la del ministro Aranda, y la expulsión de los Jesuitas, el niño se levantó preguntando si también eran buenos los Jesuitas.
Produjo tal desconcierto en el maestro que vino a mí preguntándome qué materias conversaba con el niño. Manifesté que yo tenía mucho trabajo y jamás le había comentado tal tema. El niño se fue a Málaga a hacer el Ingreso al cumplir los diez años.
Ya ahora os voy a relatar el mayor disparate de su infancia. Se juntaba con otro chiquillo de su edad, llamado de segundo apellido Barrera. En la que entonces se denominaba Plaza de la Verdura daban su sombra hermosos morales  que  los camareros llenaban de mesas y sillas para  servir bebidas en el verano. Había unos amigos disfrutando cuando los dos pequeños infantes pensaron en otra cosa algo levemente contraria. Barrera, que siempre era el promotor, sugirió que mi hijo se subiera en el moral desde el cual debía saltar encima de la mesa, cosa que sin demora se  apresuró a realizar, dada la bondad de la idea… No quedó ningún vaso, silla ni mesa en su sitio. Mi hijo se partió la parte interior de una de sus mejillas y  los aspirantes a un rato de ocio salieron despavoridos. Se ignora si es que ya habían terminado la consumición o fue que los daños los sufragó la madre.
 Ubrique 14 de abril de 2020


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