lunes, 10 de mayo de 2021

 

a mis nietos y sus amigos

Debido a la frustración que constituía la normalidad de los niños que tuvieron la desgracia de llegar a la adolescencia a finales de 1939 o principios de la década de los 40, quiso el azar que el destino pusiera en sus manos la obra nunca suficientemente ponderada de D. José Ortega y Gasset, a cuya muerte en el año 1955 hizo exclamar al eximio J.Mª Ansón (discrepante en multitud de temas):

-                                   ”Hemos de reconocer que nadie le superó en patriotismo”.

            Tal vez, de su ingente obra, a la adolescencia solo le impresionara su maravilloso estilo y su extrema facilidad para divulgar lo más asequible  de su moral que entendió, “La vida del hombre adquiere sentido cuando se hace de ella la aspiración de no renunciar a nada”. Ello corresponde a nuestra conciencia. Pero en aquel régimen era imposible realizar nada. Han discurrido alrededor de 80 años y este pensamiento sigue modelando el nuestro: el libre ensayo personal nos clarifica  nuestras facultades y limitaciones permitiendo al reconocer las del prójimo, vertebrar nuestra sociedad. Tal vez la salvación personal y la de la colectividad con la que nos ha tocado convivir se realice llevando a efecto el pensamiento que figura de lema.

lunes, 25 de mayo de 2020

DECLIVE SORPRENDENTE DE LA PERSONALIDAD LUMINOSA DE FRANCISCO CABEZAS VEGAZO.



Dada la especial constitución del hombre que es absolutamente social, está reconocido por los sociólogos y psicólogos que los desplazamientos del poder público no solamente alteran el comportamiento público de los ciudadanos, sino también su intimidad más profunda. Si ello lo origina lo que podemos llamar el cambio normal, ¿qué trauma no producirá cuando el cambio es consecuencia del catastrófico de una Guerra Civil?  Hay quien considera la lucha civil como la expresión más contundente de la ausencia de minorías auténticas.

Es posible que el protagonista, de sus tiempos de claridad mental y audacia, como consecuencia de la debacle, se convirtiera en un súbdito como tantos otros pasivo y desorientado. Si en la contienda se resuelve como un auténtico vencedor, sería portador de la auténtica moral que es solo una: Fidelidad a su destino personal dejando un espacio social para que los demás realicen el suyo propio.

Si uno tiene la desgracia de tener que tolerar todas las inmoralidades del mando, so peligro de muerte como ocurre en todas las tiranías, entonces, si estamos provistos de una fuerte voluntad, tendríamos que hacer acopio de memorias para cuando llegue su tiempo poder llamar a las  cosas y personas por su nombre, único medio de restablecer la normalidad cuando llegue su hora.

No había ningún vestigio de moral en ninguno de los contendientes; en los vencidos toda presunción de moral era utopía irrealizable; los vencedores no estimaban la superioridad más que en la cantidad de dinero que se acumulara; confirmación de carencia de ética. En nuestro  pueblo hubo un suceso que rebasó en abyección la obsesión crematística; para recolectar algunos fondos con que socorrer a viudas y huérfanos de la guerra, convocó un hombre sensible, Antonio Coveñas León una reunión de quienes tenían alguna holgura económica. Todos los asistentes “haciendo de tripas corazón” aceptaron lo que le asignaron, a excepción de un médico y un industrial; el médico, que tenía muchos hijos naturales, objetó que él no pagaba nada para hijos de p.; el fabricante, superando la canallería del médico, si ello fuera posible, dijo que él no veía motivo de colecta, “que a más viudas, más p.”. EL convocante les contestó en un alarde de civismo:

Si los hijos tuvieran opción a elegir padre, ustedes moriríais sin descendencia. Si el que colabora en la prostitución es un depravado, ¿qué es el que la fomenta?”

Del fanatismo, el odio y el encallamiento, narran historiadores que fue hecho prisionero en el frente de Aragón un zagal de 16 años vestido de requeté; las tropas republicanas lo interrogaron; cuando finalizaba el pseudo-juicio le encontraron un escapulario que juzgaron como prueba de criminalidad absoluta y lo ejecutaron en el acto. Si las fuerzas que lo prendieron eran irreligiosas no debieron considerar prueba acusatoria aquel trapito; si creyeron que constituía una prueba acusatoria, eran supersticiosos o creyentes negativos. Es sabido de todos que la superstición es degradante mientras la religiosidad estimula a la excelencia.

Parece evidente que mi padre había confiado que en su futuro imperaría la libertad, el respeto, la solidaridad y la ciencia, y el cataclismo social que es la Guerra Civil le hizo perder toda esperanza, afán de superación y claridad mental.

Las ideas fundamentales de este intento de aproximarnos a la frustración de la vida de mi progenitor se deben al profundo estudio realizado por D. José Ortega y Gasset con el título “La Rebelión de las Masas”, 2019. Alianza Editorial. El libro de bolsillo. Págs. 65, 66, 179, 209,210.

martes, 19 de mayo de 2020

LA FAMILIA DEL MÉDICO Y SU COMPORTAMIENTO (2ª Parte)



 
Lógicamente el médico había recibido una ofensa arbitraria y grave; y por el consabido dicho que la respuesta a una manifestación estúpida es otra estupidez, el médico respondió con otra calumnia:

Tenga cuidado con su proceder porque se comenta que eres comunista”.

El otro conscientemente de lo que decía aseguró:

En una Guerra Civil los combatientes de ambos lados matan, pero su delito queda diluido o compensado por el riesgo de ser matados; en cambio, de uno u otro bando quien mata en la retaguardia es un asesino”.

Objetivamente era una verdad neutra, pero en una sociedad donde uno de los bandos (el Republicano) había estado libre de matanzas, constituía una acusación contundente para el otro.

Inmediatamente se movilizaron los chivatos: Un cuñado de una víctima de los fascistas se apresuró a visitar a la familia Bohórquez que, según Fray Sebastián en su “Historia de Ubrique”, uno de los miembros de esta familia era el responsable de cuantas ejecuciones se habían efectuado en el pueblo. No cabe duda que el monje estaba bien asesorado por cuanto que seguidamente ocurrió el siguiente suceso: En la antesala del taller de un curtidor aficionado a la cacería se reunían al atardecer cazadores y guardias civiles para tomar unas copas de mosto y charlar de acontecimientos y novedades cinegéticas; era una reunión absolutamente apolítica por cuanto que el dueño, un excelente empresario y técnico, solo hablaba discretamente de su afición a la caza y las incidencias que surgían en su ejercicio. Las iniciales de su nombre y apellidos eran J.R.G. Lamentablemente la afirmación del fraile sería completamente verdadera por cuanto sin pérdida de tiempo el Auditor Bohórquez se presentó en persona, sin delegar en ninguno de sus subordinados, y dirigiéndose a los Guardias Civiles les conminó a que abandonaran inmediatamente la reunión y en caso contrario les quitarían la ropa o, lo que es igual, les echarían de la Guardia Civil.

viernes, 15 de mayo de 2020

LA FAMILIA DEL MÉDICO Y SU COMPORTAMIENTO (1ª parte)



            Hago esta introducción porque sin ella los graves sucesos y actuaciones que voy a contar no serían comprensibles. Tienen algo de escabrosos y repugnantes pero no se hacen con ánimo de difundir lo maloliente y nauseoso que muchas veces presenta la vida; se trata simplemente de relatar unos acontecimientos que sucedieron meses antes de la Guerra Civil, de los que en parte, ellos fueron protagonistas. Se trata de un médico y de su familia, compuesta de tres hijas y un hijo. No era su fuerte la discreción y las buenas maneras; frecuentemente se alteraban, discutían, gritaban e incluso con cierta frecuencia se resolvía la pelea en la calle. Anoten el jaez o clase de esta familia:

            Jugábamos de chiquillos a las bolas o bolindres, mientras en la reja o cierro pelaban la pava la hija mayor y su novio; de buenas a primeras, el novio se ausentó deprisa; inmediatamente salió la novia remangándose la falda sobre las ligas y en dos zancadas lo alcanzó y cogiéndolo por el cogote lo trajo hasta su casa, donde dándole dos bofetadas “pedagógicas” le dijo “te voy a enseñar a ser un hombre”.

            Otro día fue una escena con más espectadores: La mujer Doña L.  salió de estampida de la casa seguida de inmediato por el marido que le gritaba : “¡Si te saqué de un lupanar!”, entre otras “lindezas”.

            Otra vez salió de la casa la segunda de las hijas, las más hermosa y esbelta, llamada R., perseguida por su padre, pidiendo auxilio en estos términos: “¡Socorro!, que me quiere violar….”

            De la tercera, aún niña, que a diferencia de las hermanas era muy morena y se llamaba L., no recordamos nada que contar.

Del varón, llamado N., no hay ninguna noticia hasta la Guerra Civil en la cual se vistió con el uniforme de Falange y desde los primeros días de tomado el pueblo iba a las escaramuzas hacia los Montes Marrufo y La Sauceda intentando tomarlos. De alguna de estas pequeñas operaciones volvía con pellizas puestas que representaban orificios de balas que tal vez llevaran puestas sus dueños al ser asesinados.
           
            El médico la mayor parte de su tiempo lo dedicaba a jugar al dominó. Ello era debido a que aún no era obligatoria la Seguridad Social. Y en una economía autárquica, lo sueldos eran reducidos y al médico no se recurría hasta última hora. Es lo cierto que en las continuas partidas tenía de contrario a un  modesto bolichero que a pesar de haber estado trabajando desde los nueve años, no sabemos de dónde había sacado el tiempo para aprender y dominar todos los juegos de entretenimiento o distracción, nunca los de dinero, de forma que en el 90% de las partidas ganaba, ya fuera chamelo, tute o brisca.  Abrumado por tanta superioridad del pequeño industrial, que alternaba el boliche con representaciones, sin disimular su cabreo, el médico le espetó:
            Vamos a averiguar de qué vive usted, si acaso es del Socorro Rojo”.
            Consciente el industrial de la gravedad de la sospecha en una Guerra Civil donde se dice que alguien había sido fusilado por la acusación de un dueño de haberle partido un cristal, perdida la serenidad, contestó atropellada e injustamente, recordando las canallescas escenas del médico y su mujer en medio de la calle: “Vivo de todo menos de mujer”, aludiendo a las palabras precitadas.




jueves, 14 de mayo de 2020

FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (V)



El día 26 de julio de 1937, al cumplirse el primer aniversario de la muerte del médico jerezano Solís Pascual, se inauguró en su memoria un monolito en el lugar que un disparo de los Defensores le arrebató la vida, en plena juventud, como tantos jóvenes que la perdieron en la Guerra Civil. A la misma hora que llegábamos a la Alameda, después de recoger la fruta de la viña, al mismo lugar donde cayó muerto el joven médico, coincidimos mi padre y yo con una aglomeración de militantes de Falange que escuchaban unas palabras de su jefe enalteciendo la figura del caído. Una vez concluidas las palabras, se cantó el “Cara al sol” y todos los asistentes levantaron el brazo derecho a excepción de mi padre;  mi padre no dejó de levantar el brazo como gesto de desacato, que en aquellos tiempos haría peligrar su vida, sencillamente dejó de hacerlo porque tenía un golondrino. Un jefe o simplemente afiliado a Falange le gritó con tono de reconvención y amenaza:
“¡Francisco, levanta el brazo que te conocemos¡”.
En medio de aquella multitud no pudo informarle de su padecer y tuvo que aceptar la humillación resignadamente. El que gritó era un vecino cuyas iniciales de su nombre y primer apellido eran B.G.

Como mi padre murió en 1973, hago memoria de cuando ya de mayor, pues cuando sucedió el lamentable suceso que precede solo tenía 12 años, así discurrió la conversación: En general, en todos los regímenes tiránicos la supremacía moral es un delito grave; no valen más palabras que las que pronuncian el usurpador o sus acólitos. Lamentablemente para ellos los aciertos de los independientes, aunque económicamente les beneficiaran a ellos, les contrarían porque les quitan prestigio por una parte y por otra porque el déspota se justifica de sus desmanes cuando otros cometen barrabasadas o simples perjuicios sociales. Ello justificaría que cuando se evitó la quema de la casa residencial de los Lobatones, jerarcas del movimiento y dueños se lo echaran en cara y se pelearan con su benefactor. (Cf. mi artículo “La quema de la Casa señorial” )

Otra acción loable fue que se logró frustrar que se quemara la Iglesia.

En su vida pública había logrado otros pequeños éxitos contra los pretendidos fantasmas o contra las supersticiones.           https://prudenciocabezas.blogspot.com/2020/05/francisco-cabezas-vegazo-iii.html  https://prudenciocabezas.blogspot.com/2020/05/francisco-cabezas-vegazo-iv.html

En toda sociedad desmoralizada como la nuestra,  por la falta de altura de mira de los pseudo-jefes, no se comprende ni la generosidad ni el altruismo.
  
Como epílogo triste he de consignar que B.G., poseyendo una novia de toda la vida y que, ya maduritos, desde años juntaban para casarse, a decir de la gente, arrambló con todo el dinero y rompió todo sentimiento y proyecto de hogar.

martes, 12 de mayo de 2020

FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (IV)



Supersticiones

Puede haber cumplido o esté a punto de cumplir los 100 años un lamentable suceso que acaeció en las Cuatro Esquinas de la Calle Sevilla. Allí vivía una señora casada que sufría un tormento continuo consistente en que recibía terribles garrotazos que le producía un ser invisible con una estaca que tampoco se veía; la calle se llenaba de gente; mientras más lamentos, más concurrencia, pero a nadie se le ocurría otra solución que rezar lo cual no aliviaba a la pobre mujer y extendía la creencia absurda que enviaran estacazos invisibles por los aires o, lo que es igual, que había brujas que mediante la lectura de diabólicos libros lograban que sus víctimas recibieran los azotes referidos.
No se entiende que ni entre las autoridades ni entre los hombres de una población cuyos habitantes podían oscilar entre 5 y 6 mil personas, nadie afrontara el terrible problema de la víctima ni del embrutecimiento de la colectividad. Entonces mi padre con la audacia, curiosidad y deseo de claridad, o afán de deshacer entuertos, entró en la casa,  siempre de puerta cerrada, y presenció el doloroso espectáculo de una mujer que lloraba y gemía y se contorsionaba mientras el marido impotente lo presenciaba. Mi padre indicó al marido que cubriera por una parte con su cuerpo y brazos a la mujer mientras él agarraba los brazos del marido; como la mujer siguiera llorando y recibiendo el castigo mientras ni el marido ni mi padre recibieran ningún golpe, mi padre le dijo al marido:
Su mujer tiene una enfermedad en los nervios que es la causa de su sufrimiento; llévela a un médico y no volverán a maltratarla”.

De la cantidad considerable de personas que recibieron la información de lo sucedido y comprobaron que el médico la había curado, muchas se liberaron de esta superstición. A pesar de ello, todavía en los años 49 y 50 del siglo pasado se dice que se repitió algún otro caso.


            Viaje a Madrid
        
        Solo había salido mi padre de Ubrique a Algeciras para cumplir el aprendizaje de la llamada “Instrucción” que consistía en incorporarlos a la vida militar por un período de unos meses a los que por sorteo resultaban beneficiados de la condición de “excedentes de cupo”.
            Su pequeña organización comercial contaba con un eficaz representante en Madrid que con Barcelona eran los dos centros de mayor consumo de marroquinería. Podría ser por el año 25 del siglo pasado. Un pedido importante presentaba dificultades de cobro aduciendo el cliente deficiencias de la piel y confección. A efecto de su cobro se trasladó a Madrid y resolvió el problema.
            Pasados los años, contándole anécdotas de su vida a su primogénito, éste le preguntó:
            “¿Y qué hizo  usted para que cambiara el cliente?

            Su respuesta fue breve:
            “Solo manifesté que todo en la naturaleza, como la piel, sufre variaciones, hay partidas de pieles mejores y otras menos buenas, pero en cuanto a la elaboración era idéntica a los pedidos servidos con anterioridad  porque me cuidaba al cortar, eliminar alguna deficiencia que presentara la piel”.
            Ignoro la estatura del Sr. Corona que así se apellidaba el representante, pero he de manifestar que mi padre, como he señalado en escritos anteriores, era de aventajada estatura y bien parecido. A veces, he comprobado  yo, que no soy alto, que un mismo argumento esgrimido por una persona bajita y otra alta es más efectivo en la  boca del de estatura mayor.


jueves, 7 de mayo de 2020

FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (III)




Se rumoreaba en el pueblo que a altas horas de la noche por el Paseo del Prado podía verse un fantasma que con un manto blanco o amplia sábana que le cubría todo el cuerpo, inclusive  la cara, remataba en hombros y cabeza con unas luces. Aún había alguna gente  supersticiosa que creía en espíritus malignos cuyo fin era sembrar el terror; sin embargo, había una mayoría  que tenía la convicción que no había dichos espíritus, sino que simplemente se trataba de varones que mantenían relaciones ilícitas con alguna mujer y se vestían con este atuendo macabro para que la gente huyera y no supieran en la puerta que entraban e identificaran a los dos adúlteros. Aquello sucedía por los años 20 en que mi padre gozaba de un ánimo y una salud exultantes; mientras sus amigos chismorreaban, él decidió aclarar el misterio yéndose al referido Paseo; efectivamente apareció a altas horas  el ensabanado con sus luces tétricas; como mi padre acelerara el paso con la intención de agarrarlo y quitarle la sábana, el cobarde y desvergonzado amante sacó una pistola y comenzó a disparar mientras huía.
El tragicómico caso habría terminado aquí si no hubiera cometido mi padre el grave error que voy a contar. Este error fue provocado por dos circunstancias:
1ª) La Guardia Civil, que había estado inactiva mientras solo se tratara de un asunto sexual, motivado por los disparos puso una pareja en el lugar de los hechos.
2ª) Mi padre por su juventud, tendría sobre 20 años, persistiendo en la curiosidad y por tratarse de una noche obscura, confundió a un guardia con el fantasma y lo echó al canal que existía en la margen derecha del Paseo según se  iba para abajo.

  Otro episodio en que intervino por su juventud y fortaleza fue el siguiente. Paseaba con sus amigos por Los Callejones cuando oyó una voz que lo requería: “¡Primo, que me matan¡”. Y al volver la vista se encontró sobre un árbol y pistola en mano a su pariente Miguel Carrasco Bohórquez rodeado de arrieros armados de estacas y navajas. Dado el riesgo de heridas o muerte de la situación, se lanzó, rompió el cerco y quitó la pistola a su pariente,  que implicaba el máximo peligro, e instantáneamente se volvió y arrebató una faca a uno de los arrieros que huyeron despavoridos. ¿Cuál era el motivo de la reyerta? Miguel Carrasco que estudiaba Magisterio y había hecho un curso de Esgrima desafió a los arrieros a un combate con garrotes cuyo resultado fue un arriero inconsciente de un garrotazo que le propinó el maestro.

Mientras que de otros sucesos que fue protagonista no viven testigos, del de la pistola, mi hermano Ignacio pudo y yo puedo testificar su realidad. Una vez estallada la Guerra Civil se personaron en mi casa una partida de arrieros dirigida por uno de apellido Moreno y de mote “El Tajaita”, hombre bajito, de espaldas anchas y bien fornido quien exigió a mi padre la pistola del 9 corto que quitó al maestro; mi padre le dijo que él no la conservaba y tan pronto como se marcharon, nos entregó la pistolita que en un santiamén la pulverizamos y arrojamos al retrete.

miércoles, 6 de mayo de 2020

FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (II)




Mi padre todavía conservaba alguna iniciativa de sus mejores tiempos y logró la representación y depósito de una Fabriquita modesta pero que su humilde dueño hacía compatible la humildad con un dominio insuperable de la curtición logrando así los mejores curtidos que se usaban en los talleres de Ubrique. Pero, como confirmación de su pérdida de iniciativas adoptara el lema: “que el buen paño en el arca se vende”, aquello fue de mal en peor y al final terminó en ruina. Porque no tuve la satisfacción de conocer personalmente a este hombre y curtidor ejemplar, hoy siento la tristeza irreparable de su ausencia; porque la medida exacta, rigurosa de lo humano son exclusivamente sus obras; y quienes realizan obras perfectas son personas eximias. Y mi dolor se acrecienta porque fuera mi padre el que frustrara su vida por no ser fiel a la suya propia.

A duras penas iba manteniendo la familia numerosa con los exiguos ingresos que le proporcionaba un Depósito y representación de vinos y coñac de la Palma del Condado (Huelva) denominada “Espinosa”. El trato de vinos y licores le hizo alcohólico, con lo que tal vez lograra olvidar sus deserciones, pero estuvo a punto de arrebatarle la vida, pues un día, ejercitando la caza que era su deporte favorito, padeció un infarto que, al superarlo, le reintegró a la normalidad.

Quiero rendir homenaje al agente general de la Bodega Espinosa cuyo nombre y apellidos lamento haber olvidado, por un doble motivo: por una parte, porque vendiendo cantidades industriales de vinos y licores, ello lo lograba sin probar una sola copa. Se ha dicho siempre que el índice de normalidad lo dan las posibilidades o limitaciones de relacionarse, y aquel hombre tenía tal locuacidad y sin embargo, discreción que seducía a todos los compradores; el segundo motivo fue más interesado; cuando mi padre solo obtenía reducidos ingresos para mantener la familia, le facilitó la dirección del gerente de los Almacenes Madrid de Murcia. Recién terminada la Guerra Civil, el suministro a las tiendas de tejidos era insuficiente; pero este hombre tenía una red extensa de clientes por las provincias de Murcia, Almería e incluso algunos en las de Málaga y Granada, a los que atendía con esmero y que lógicamente en reciprocidad se fueron con él cuando mi padre le envió el muestrario de marroquinería a Don Antonio Muñoz, que así se llamaba el citado gerente de los Almacenes Madrid de Murcia capital. Así discurrieron unos años con menos estrecheces en la familia.

  Antes de iniciar el taller de marroquinería estuvo una temporada abasteciendo de rasos a algunos pequeños industriales por la misma razón que las tiendas de tejidos carecían de suficientes suministros. A tal efecto nombró a un representante en Barcelona, de apellido Margarit, a quien le enviaba fondos e iba remitiéndole partidas de moharé (raso). Pero cuando se normalizó el mercado desapareció el negocio y le quedaron pendiente de colocación una partida de 33.000 ptas., que nos creaban otro nuevo problema de estrecheces y agobios. Afortunadamente se resolvió de forma casual; un vecino nuestro, representante de una Fábrica de Curtidos de Gandía, llamada Navarro Estruch,  había vendido con ánimo fraudulento a un exalcalde de Ubrique varias partidas de pieles que en vez de marcar en su reverso el pietaje que diera la máquina de medir, como era obligatorio, enviaba las pieles sin marcar sus pietajes aunque en la factura pusiera la medida real. Después el comprador  de la partida marcaba un 10/15% más y el referido comprador ofrecía las pieles de medidas adulteradas, y , para facilitar su venta, las anunciaba “al mismo precio que en fábrica y sin portes”; así logró la venta de algunas partidas; pero, una vez que algún marroquinero contrastó medidas y rendimientos , al descubrir el engaño,  divulgó la noticia y,  ante la imposibilidad de su venta, volvieron al representante. Y fueron las pieles que, previa rectificación correspondiente, se canjearon por los rasos. En el breve tiempo que duró su alcaldía, como permanecía el racionamiento y vinieran partidas de bacalao que desaparecían antes de distribuirlas, la gente le puso el mote impropio de “Rey del Bacalao”, según unos, o “Rey de Escocia” según otros.

Para terminar LA BIOGRAFÍA DE MI PADRE voy a contar otro contratiempo que le ocurrió provocado por este truhán. Tenía el proyecto de aumentar la superficie de la planta de la casita de un solo piso que tenía en Los Callejones. Hubieron de desistir del proyecto porque no había ni arena ni burros para transportarla. Pero a los pocos días se dio cuenta el maestro de la obra  que los muros estaban construidos  con arena del Puerto de la Silla o del Chamizo donde había un yacimiento de arena cálcica dentro de la propiedad, y que moliendo los escombros, volverían  a adquirir las mismas condiciones que la mejor. Se trató de molerlos en la molineta de Domingo López pero  el falso rey y auténtico mangante se lo impidió.

Otro suceso que revela el sectarismo que imperaba en aquella sociedad se describe a continuación: Había un anciano al que apodaban “El Lereto” que, con la debida autorización para que obtuviera algún dinero con que mantenerse, rifaba algunos oropeles-baratijas. Como el fervor republicano que en principio fuese intenso, según historiadores, decreciese después, a la vista que en nombre de la República se quemasen sembrados a punto de recolección e Iglesias y conventos, sin excluir la persecución y sabotajes que sufrían los propietarios que, según los líderes del comunismo, debían ser eliminados, lo cierto es que vendía pocas papeletas debido A que el objeto de la rifa era un bonito cuadro tricolor de una hermosa joven envuelta en la bandera de la República y la gente designaba como “La Niña Republicana”.
Mi padre le compró alguna papeleta y “casualmente” le tocó. Al entregarle el cuadro “EL Lereto” le rogó lo expusiera en el taller en un sitio bien visible. Por razones largas de explicar, iniciada la Guerra Civil estuvo a punto de originarle un serio disgusto.

lunes, 4 de mayo de 2020

VIDA DE FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (I)



            Nacido en una familia numerosa era el séptimo por orden de nacimiento; bien parecido, de aventajada estatura, a los nueve años tuvo que trabajar en una tenería donde la jornada era de sol a sol con los pies descalzos y permanentemente mojados. El procedimiento de curtición era muy viejo, quizás proveniente de los moros y consistía en grandes noques donde se mantenían los cueros hasta seis meses. Los trabajadores adultos quizás para librarle de aquel suplicio durante algunos minutos, todos los días lo mandaban a recoger las sobras de las comidas de los dueños, que destinaban a dos ejemplares de perros grandes, guardianes, pero antes de llegar a la Tenería y verterlos a los citados animales, tenía que pararse para que unos niños hambrientos pudiera encontrar algún residuo comestible. ¡Qué humillación para todos los padres y para toda la sociedad¡ Hay un antiguo proverbio que dice que los hijos vienen con su pan debajo de sus brazos; es posible que así fuera en muchos casos en que los padres sienten que quien los procrea asume la obligación de sustentarlos hasta que ellos lo  pueden  hacer por sí mismos; pero en el caso de mi abuelo ese principio elemental no regía por cuanto que era un hombre de tal timidez que le impedía crecerse ante las exigencias de la familia y que paradójicamente era compatible con una soberbia, que dejaba en pañales a la de los tercios españoles cuando dominaban el mundo, y con un sentido del ridículo que le impedía correr riesgos de frustraciones.

            Mi padre compensaba la deficiencia de la comida de la familia, con la cena que hacía en casa de su tío el Capitán jubilado del ejército Francisco Vegazo Torres que había luchado en Cuba y que supongo muriera joven.
           
                        Afortunadamente se daba la circunstancia que las fábricas de curtidos decaían por no modernizarlas los empresarios e imponer las técnicas europeas, mientras surgía una artesanía de la piel al subir, aunque levemente, el nivel de vida. En una sociedad paupérrima, ni hacían falta carteras para llevar documentos, ni monederos ni billeteros, ni petacas para evitar que se mojara el tabaco. Donde no había más que escasez, no había que usar ni guardar nada.
            Posiblemente, como consecuencia del libre comercio y el fomento de la tecnología científica, toda Europa había aumentado en riqueza y aunque, en menos proporción, España no era una excepción. Esto determinó en consecuencia que en las grandes capitales surgiera la artesanía de la piel; entonces en Ubrique, donde se iban liquidando las artesanías de calzados y curtidos, se agarraron como náufragos a una tabla a la nueva actividad artesana que denominaban marroquinería.
            Mi padre, como cuantos proceden de un trabajo más duro, aprendió rápidamente el nuevo oficio y habiéndose establecido por su cuenta, y como lograra en breve tiempo alguna holgura económica, pensó en formar un hogar; y a tal fin se dirigió a una doncella, hija del artesano Ignacio Calvo Gómez, hombre de prestigio y cierta fama por su capacidad de trabajo. Fui testigo presencial que cavando su viña, y ya iniciada su vejez, que él solo llevaba tan amplio tajo como el de tres cavadores a sueldo que había contratado.
El matrimonio, aunque mi madre al contraer nupcias solo tenía 18 años, se desenvolvía perfectamente y se iba llenando de críos que cuidaba con esmero y simultáneamente cocinaba y atendía las costuras de las piezas sin ningún mal gesto, ni siquiera una palabra destemplada; no así mi padre que iba revelando a veces cierto carácter depresivo; siempre se fijaba una labor excesiva y cuando era imposible realizarla o alguno de sus operarios hiciera mal la suya, gritaba e insultaba aunque la cosa o trastorno fuera insignificante económicamente. Por lo demás seguía conservando, salvo raras excepciones, un carácter tolerante e incluso brillante. Cuando alguien contara un chiste deslavazado o insulso, él repetía otra versión que nos hacía reír a todos. Frecuentemente cantaba estas dos pequeñas canciones:

Yo no tuve cuando niño las caricias maternales,
Solo he tenido tristezas y desengaños mortales”.

            La otra decía así:

            Es la noble España
La sin par nación,
En cuyos dominios
No se pone el sol,
Gloria a la patria querida mía
Que humillaciones
No padeció
¡compañeros, viva,
Viva la nación¡”

                        Era lógico que en la primera canción lamentara que su infancia fuera menos feliz. En cuanto a la segunda, solo la explica el sadismo y la mala fe  de los maestros y los gobernantes que cuando la más feble nación nos humillara, se confundiera y se engañara a toda la infancia. Debían decirle la verdad que era: “Nuestra conquista de América no fue obra de minorías preparadas y previsoras; fue obra del pueblo y el pueblo a cambio de otras virtudes, carece de ideas de futuro” (Ortega y Gasset).

                        ¡La pequeña prosperidad de mi padre se debía a poseer una intuición de las características de cada zona de la piel que le permitía aplicar toda ella adecuadamente a su función en la pieza confeccionada, sin desperdiciar nada¡

           Recién casado, tuvo una aparcería con mi tío Juan Calvo Jiménez, cuya duración fue muy breve porque mientras mi tío era un artista de pocas piezas, cortito, que podía ganar exposiciones, mi padre era un trabajador muy largo, dentro de la corrección de lo elaborado. Después de varias experiencias satisfactorias nombró un viajante de prestigio, de apellido Astillero, que le enviaba bastante trabajo, pero que hubo de prescindir de él y de los operarios, porque mi padre ajustaba sus costos por su capacidad de producción y los operarios no le igualaban y originaban pérdidas. Cuando prescindió de los operarios, con frecuencia pasaban por nuestra calle cantando una copleta que decía:
           
                 “En la orilla del río canta una loca,
                  Cada uno se jode cuando le toca”.

            La verdad es que a mi padre no lo perjudicaban; cuando yo, que podía tener 9/10 años, le preguntaba qué significaba aquello, respondía:
“Esta pobre gente se encuentra sin trabajo y en vez de preocuparse de la forma de encontrarlo, creen que es suficiente con ofender al presunto culpable”.
            En general, en la 2ª República, los trabajadores cuando estaban descontentos o lamentaban alguna falta o agravio, en vez de recurrir al diálogo respondían con copletuchas. Otro día les trasladaré otras; ahora les transcribo solo dos:

            San José bendito ¿por qué te quemaste?
            Viendo que eran gachas ¿por qué no soplaste?

            Y otra:

            San Pedro como era calvo
            Le picaban los mosquitos
            Y la Virgen le decía
            Ponte el gorro, Periquito”.
            
          El sitio donde lo cantaban los trabajadores era en una vivienda contigua a mi casa, que mi padre tenía alquilada a María García, casada con Castro. La citada calle de vecinos  era presumiblemente de Derechas por lo que así podían ofender con estas canciones sus supuestas creencias. Los partidos sean de Derecha o de Izquierda cuando son espúreos, que es la mayoría de las veces, rehúsan el diálogo porque ellos portan el germen de la tiranía y el diálogo se lo frustra.

            Recién terminada la guerra compró un cortijo de riego, denominado el Garrotal que presentaba un potencial de posibilidades económicas formidable. Pero en vez de arrendarlo, como procedía en un dueño que ignoraba la agricultura, tuvo dos medianeros sucesivamente con los que salió peleando. La compró a ojo, sin medida, y la vendió midiéndola, pese a iniciarse la inflación  le perdió dinero. Simultáneamente vendió la fábrica de marroquinería que era la más mecanizada y automatizada de Ubrique.
 Como el mosto del país tenía gran demanda y las viñas de Ubrique se estaban perdiendo, pensó en comprar uvas en Los Palacios (Sevilla) en aparcería con mi abuelo; mi abuelo, que era un excelente trabajador, entendía poco de negocios, y compró unas uvas cuyo caldo solo dio vinagre, cuya pérdida menguó más su capital y lo único que se le ocurrió a mi padre fue inculpar a mi abuelo, siendo tanto uno como otro culpable, y disgustarse con toda la familia materna.         
            Continuará….

jueves, 30 de abril de 2020

CAPITÁN LÓPEZ PARDO


           
             Hay muchas verdades de Perogrullo, aunque la realidad es que lamentablemente en la riada de inmoralidad que nos arrastra no tenemos un momento de ensimismamiento para recordarlas. Una de estas verdades, que en las entidades oficiales o gubernamentales cuyo olvido nos perjudica y envilece más, es aquella que dice: Si el jefe es corrupto, los subordinados a sus órdenes, por pasiva o por activa, corruptos serán también; por pasiva, cuando ocultamos la fechoría con nuestro silencio; por activa, cuando ejecutamos el cohecho y dividimos lo defraudado.

            En aquel Regimiento salía el Coronel muy temprano acompañado de una cuadrilla de subordinados que recorrían el cuartel con no sabemos qué finalidad. Sorprendía que entre estos acólitos estaba un capitán médico que habían separado del ejército por cobrar 50.000 ptas por dar inútil para toda actividad militar a quien le pagara la citada cantidad. Como no había publicidad de ninguna clase, el silencio se llenaba de rumores, el más insistente propalaba que el ex Capitán se había dado de alta de empresario de albañilería y le habían adjudicado las obras de desescombro que él cobraba y realizaban los soldados.
            Mención aparte merece el Capitán López Pardo, un condecorado oficial que se embriagaba cada vez que hacía Cuartel. EL silencio sobre su pasado se llenaba de bulos como siempre ocurre; pero el que predominaba era que junto a sus bizarras actuaciones en combate había otras actuaciones menos meritorias efectuadas en la retaguardia que tal vez necesitara olvidar.
            Pero volvamos a la realidad, una noche a altas horas, esperando que los soldados se quedaran dormidos para irme a mi cama en la residencia de suboficiales, como sintiera un ruido extraño, pero considerable por la escalera que daba acceso a la Compañía que estaba encima de la nuestra, abrí mi puerta y me encontré al corneta del batallón, que resumía en su persona todos los vicios pues era indisciplinado, borracho y cliente habitual de lupanares. Como al abrir, al primero que vi fue al susodicho corneta, no pude contenerme y le grité ¡degenerado¡ Sin reparar que el ruido era provocado por el arrastre del Capitán con sus espuelas y sables que habiendo bebido en exceso lo llevaba  a su Compañía. Al día siguiente, el aludido corneta me dijo con ironía:
            “El Capitán me ha preguntado quién era la persona que pronunció la palabra ¡degenerado¡ Y le di tu nombre.”
            Pasadas unas semanas que volví a coincidir mi servicio con el suyo, ocurrió algo bochornoso: en medio de dos comedores alargados había un mostrador de mampostería donde efectuaba la rutina de probar el jefe la comida  de los  soldados; digo rutina porque no se hacía con el debido rigor; es  lo cierto que había desaparecido el mostrador y quizás por su intoxicación etílica no observó su falta y pretendió recostarse sobre él; natural o lógicamente cayó al suelo y quedó por una parte el Capitán y por otra su gorra y algún complemento más; en aquel momento yo paseaba por el pasillo y para evitar tan denigrante espectáculo giré y me volví.
            Una vez terminada la comida, me llamó y rodeado de varios oficiales, me preguntó que en cuántos frentes había estado y cuántas medallas había merecido en la Guerra; respondí que en el año 36 solo tenía 11 años y que por tanto no fui al Frente; entonces dirigiéndose a los oficiales dijo: 
            Veis como es un chulo” -y volviéndose a mí-, “Quedas arrestado”.

            Estuve toda la noche cumpliendo el arresto y por la mañana como preguntara donde correspondía cuál era mi situación, me dijeron que nadie había cursado ningún parte contra mí y que en consecuencia quedaba libre; pensé que por la anoche tal vez no había podido escribir y que por la mañana tal vez habría olvidado lo sucedido o que tal vez pensara que mi respuesta era correcta.

            Prosigo los tristes relatos de mi afortunadamente breve estancia en el Cuartel. En alguna ocasión anterior he aludido al alto porcentaje de analfabetos que había en la Compañía tal vez,  de los 117 soldados que la componían, solo supieran leer 17. Esta era la realidad; pero oficialmente no había ninguno. ¿Cómo era esto posible?, ¿de qué artimaña inmoral se habían valido para lograrlo? Ya hemos dicho en otra ocasión que la moralidad no era precisamente lo que sobraba en aquel Cuartel. Cada semana había pruebas para aprobar la Alfabetización. Entonces de los 17 presentaban a varios con los nombres de los ágrafos, y con el mismo espíritu o moral de los que cometían el engaño actuaban los examinadores. Como quizás este procedimiento estuviera generalizado, alguien dio la alarma a la superioridad de Sevilla que envió a un General de Inspección que pudo haber denunciado el caso si no fuera porque con antelación se hubiera recibido una orden de enviar cien soldados al Regimiento nº 15, denominado Álava y que residía en Cáceres. Me correspondía llevarlos a mí, que no me satisfacía mucho pero que desistí cuando me dijeron que no era un viaje directo sino que había que hacer varias paradas. Entonces busqué un sustituto que era el Sargento Bazán, el cual no gozaba de buen concepto entre los soldados; se decía que tenía una Cruz Negra, que distinguía a quien maltrataba a los soldados; ignoro si ello era una realidad o una leyenda;  me inclino porque fuera un mito por cuanto más fácil que mantenerlo sería desprenderse de él. Mentira o verdad, algo de malevolencia habría en su proceder por cuanto que varios soldados me pidieron que los llevara yo; no querían al tal Bazán.
            La noche antes de partir recibí la visita de uno de aquellos soldados de apellido Carbonell quien pidiéndome que los acompañara me enseñó una foto de una muchacha bien parecida y cierto aire infantil; me preguntó si me gustaba y que si quería, aún estando en las Arrepentidas de Sevilla, él me la sacaría… Reiteré que ya había renunciado y que con su ofrecimiento no iría de ninguna forma.

            Hay quien atribuye esta falta de inteligencia a la propiedad privada; yo no atribuyo exclusivamente a un sector de la propiedad, lo atribuyo a toda la sociedad; cualquier hombre que se precie que lo sea de verdad, tiende a más de la elevación social propia, para marcar pautas sociales de prestigio emulables, que marquen el nivel moral de su sociedad.
           
            Hay      quien demagógicamente atribuye el retraso de su pueblo a sus contrarios para eludir responsabilidades y buscar adeptos. Son la mayoría de políticos y demás limitados.

            Siendo la duración de mis prácticas hasta el 30 de septiembre, se acababa mi experiencia demoledora de mi servicio militar. Les narro lo que pasó el último día: A las siete de la mañana, teniendo mi Compañía formada, se presentó el Teniente Espinosa de los Monteros, quien me dijo en tono de amenaza, no de consejo: “Tened en cuenta que las maniobras se harán con fuego real”  y seguidamente preguntó por el corneta que faltaba; como alguien dijo que estaba enfermo ordenó que se presentara en la formación; a los pocos minutos, se presentó envuelto en una manta, demacrado y dando unos “tiritidos” que impresionaban. Y sin más explicaciones, entrecruzó el Teniente los dedos de las dos manos y con el fuerte puño que se formó arremetió contra la cara del corneta y lo derribó. Se decía que estaba tuberculoso. No comprendiendo lo sucedido, recordé una frase del médico judío Gabay que me había dicho en alguna ocasión, los hombres que tienen irisaciones en la mirada a veces son invertidos reprimidos y se refirió con toda cautela al Teniente.
            (El sargento Gabay era un joven médico judío natural de Ceuta que había hecho la Instrucción Premilitar Superior, pero que después, tras meditarlo, el alto mando había decidido degradarlo porque en el glorioso ejército español no podía haber oficiales judíos.).




martes, 28 de abril de 2020

SOBRE LA POSGUERRA DE JULIO 1936



                                          
        
         Alguien con suficiente ascendencia moral ha aseverado que los españoles constituimos un pueblo especialista en Guerras Civiles. Añado con dolor que la mayoría han resultado estériles.
         La Guerra Civil presupone siempre la incapacidad de cuantos bandos discrepan en convencer a los otros. Hay que considerar también que aunque de distinto rango o categoría, todas las posiciones son negociables en política, salvo las radicales que propugnan la destrucción del contrario, que implican barbarie y no tienen más que una relativa solución que es la guerra. Digo relativa, porque si el vencedor a más de la fuerza militar no lleva la supremacía moral y concepción nueva y actual de la sociedad, los resultados de la contienda bélica serán estériles; se arruinarán ambos, vencedor y vencido, y la impotencia de diálogo, el odio que dio lugar a la guerra, se incrementarán.
         A principios del 48 la situación personal y familiar era la siguiente: mi salud seguía siendo insuficiente; por otra parte, e importante, me eché una novia, que si todas las mozuelas de 20 años alumbran la vida como soles, la designada por el destino para uno marca nuestro camino personal: nos asegura nuestra continuidad biológica y la persistencia de nuestra línea espiritual a través de la descendencia. En cuanto a la economía familiar cada vez era más precaria. Tenía dos opciones, una hacer magisterio que solo requería en aquel tiempo unos muy reducidos exámenes, y entonces podría hacer el servicio militar de Alférez y así resolver mi problema económico; otra, incorporarme  de Sargento para librarme del servicio militar y con mis hermanos restablecer nuestra maltrecha economía. Cuando fui al Cuartel para informarles de mi decisión y pedirles instrucciones o asesoramiento para llevar a efecto mi propósito, me recibió el Teniente T. y me dijo con no disimulado mal humor “que el más honroso título que podía ostentar era el de Alférez y el máximo escarnio que se le podía causar al ejército era degradarse voluntariamente”.
          Como se mostrará con posterioridad y confirmará mi vida, mi decisión fue acertada.
         Fui destinado al Regimiento de Infantería de Cádiz nº 41 al que me incorporé el 1º de Abril de 1948, día festivo por aniversario de la supuesta Victoria. Al día siguiente me designaron Cuartel y el oficial de Guardia me llevó a una enorme pila cónica de escombros que me dijeron originada por la terrible explosión del polvorín del Barrio de San Severiano, que contenía tantos metros cúbicos, e indicaron que,  para quitar uno  aquellos montones, contaba con dos vagonetas y 10 soldados que procedían de la Guardia del Castillo, presidio de Santa Catalina, Allí, en turno de dos horas habían mantenido 6 puestos,  y por tanto había dos soldados que habían estado 4 horas ininterrumpidamente. Aquellos muchachos estaban tan extenuados que  la nube de polvo que se originaba al mover los escombros era tan grande que imposibilitaba verlos si se caían al suelo donde se quedaban profundamente dormidos. Estaba separada la guardia del Castillo, de la que se  encargaba  un sargento, de la vigilancia de la puerta principal, de la que respondía y llevaba la llave un brigada.

         En la primera guardia que me tocó Santa Catalina tuve la suerte de corresponderle la puerta a un brigada, Pinillas, aunque no única, representaba una de las pocas excepciones de honorabilidad, eficiencia y sociabilidad. Cuando llegó la noche, tuve la sorpresa de oír lo que ya creía  que estaba en desuso y podía escucharse solo en las películas antiguas: cada media hora se oía la voz de ¡Centinela, alerta¡ Alerta el 1 y sucesivamente ¡Alerta el 2, 3….¡ Hasta el 6. Pero a media noche, cuando bramaba el viento y se acentuaba el frío, dejó de oírse o se interrumpió un ¡alerta¡; mi falta de experiencia, pues como en las instrucciones elementales que habíamos recibido se había omitido, me hizo recurrir a Pinillas que así me respondió:
         “Ahora hay que ir al número que no ha dado el grito y comprobar si está dormido o enfermo”.
         Como no me pareciera muy sugestiva mi obligación y dubitara, se adelantó el Brigada levantándose y dijo:
         “No te preocupes porque voy a ir yo a realizar tu misión”.
         Pasados pocos minutos, se sintieron dos disparos que nos angustiaron y seguidamente se presentó Pinillas diciendo:
         “No ha pasado nada; se quedó profundamente dormido en la garita y al despertarlo con todas precauciones, se alteró y disparó”.


         Otras tristes historias las comento como fehacientes testimonios de la pobreza del pueblo andaluz. Me destinaron en la segunda compañía del 2º Batallón. Estaba compuesta de jóvenes y menos jóvenes de provincias ricas de nuestra región; no faltaban soldados de Sevilla ni de Jaén. Aludo a “menos jóvenes” porque algunos procedían de Ayuntamientos que, previniendo la llegada de la “acracia”, habían procedido a quemar todos los documentos sobre nacimientos, y algunos, escondiendo o falseando los suyos, se habían incorporado muy rebasados los 20 años. Y más sorprendente  todavía era el número tan considerable de analfabetos.
         Como las comidas fueran insuficientes en las Compañías normales, sus familias compensaban la escasez del rancho con envíos. Sin embargo en nuestra Compañía, donde había mayores con hijos y soldados sin padres o con ellos en la máxima pobreza, apenas recibían alimentos compensatorios. Por estas razones permitió el mando que comieran fuera junto a la cocina, para que el día que sobrara comida tuvieran preferencia al reenganche.  Aquí, un triste día sucedió lo siguiente: el Capitán me dijo:
         “Hay 17 filetes- comida excepcional- para otros tantos reenganches; fórmelos, recuéntelos y vaya de cantidad en cantidad, señalando los 17 afortunados”.
         Como en el último hubiera dos soldados disputándose el lugar opté por excluir a ambos. Paseaba de espalda a los soldados cuando al oír  un rumor me volví y vi a uno de los eliminados que venía hacia mí empuñando una cuchara al revés con el propósito de clavármela. Afortunadamente no perdí la serenidad y le dije:
         “Tienes la licencia concedida pendiente de tramitación, si te arresto posiblemente la pierdas y tardes tiempo en volver con los tuyos; mientras viene, quiero que me acompañes a cuantos sitios vaya y compruebes la clase de persona que soy”.
         Aquel pobre muchacho era natural de Vilches (Jaén) y su nombre era F. Torrentera Bravo.

          Algo de desconcierto me desorientaba en un empleo limitado y rodeado de colegas sin futuro que no inyectaban precisamente optimismo. Los sargentos profesionales, una vez terminada la guerra, vegetaban o esperaban que surgiera un hueco donde insertarse en la vida civil. En estas circunstancias, una tarde de principios del mes de Mayo, alguien de mis superiores me ordenó que había que llevar la Compañía a confesarse a la Iglesia de San José, distante unos cien metros. Pregunté si estaban preparados y quién le había hecho la preparación; como era norma militar, se me contestó que en el ejército no se discutía sino que simplemente se acataban órdenes de los superiores. Con esta información llevé la Compañía a la Iglesia; como el capellán se retrasara, mientras llegaba hice algunas preguntas que me llevaron a la desasosegante conclusión que nadie los había preparado y que la mayoría nunca se había confesado; apresuradamente les dije que al arrodillarse dijeran “Ave María Purísima” y prosiguieran “padre ayúdeme”. Cuando habían pasado 4 ó 5 soldados, tocó el turno a nuestro “machacante”, con este nombre se designaba a un asistente que en vez de dedicar sus servicios a un solo oficial, lo prestaba a los tres sargentos de cada Compañía. Nuestro machacante era un soldado de los que ingresaron en la mili con más edad, tal vez tuviera los 30 años; fuerte, diligente y discreto nos proporcionó una seria alarma consistente en que el confesor se levantó y con voz amenazante nos conminó:
              “Sargento, llévese a esta gente y pídanle a Dios que no vayáis todos al Castillo”.
         
       Una vez de vuelta en el Cuartel, me apresuré a llamar al Capitán refiriéndole lo sucedido; diome cierta tranquilidad que en vez de tomarlo como cosa grave, lo tomase a chacota y echándose a reír me dijo:
“Llego enseguida”.
     Pasados unos minutos se encerró con Muñoz que así se apellidaba el machacante y en poco tiempo salió sin dejar de reír; inmediatamente le pregunté por las cosas tan graves que hubiera dicho Muñoz y me contestó:
         “Como pidiera al capellán que le ayudara, empezó a enumerarle los pecados por sus nombres cultos: 6º Mandamiento, onanismo, lujuria, etc.; como viera que ningún pecado había cometido, empezó a traducírselos al castellano: relaciones con mujeres, etc…    entonces el que se confesaba prorrumpió:
         -“Pero hombre, Usted no sabe que tengo 5 hijos”.
         Y en este punto hizo levantarse al Capellán y anunciar la amenaza que precede.


                     Se decía que entre dos compañías de enchufados, Destinos y Plana Mayor se juntaban entre 4 ó 5 centurias que jamás aparecían por el Cuartel. Se ignoraba si pagaban una cuota o si eran enchufados por amistades de los Jefes. De todas formas y aunque las comidas eran de baja calidad y por tanto de exiguo costo, entre tanta cantidad de soldados ausentes, debían totalizar un montante considerable cada año, al cual había que añadir los importes de ropas y zapatos.
         Como se pensaba que podían realizar el fraude gigante que precede, posiblemente en favor de señoritos, y se permitía que un padre, como el antedicho Muñoz, dejara abandonados a sus 5 hijos, se veía evidente que los vencedores de la Guerra Civil carecían de moralidad. Se me venía a la memoria mi definición del comportamiento ético: Consiste en respetar la libertad del prójimo para que realice su destino; en reciprocidad, el prójimo respete la  nuestra para que podamos realizar nuestra vocación.

  a mis nietos y sus amigos Debido a la frustración que constituía la normalidad de los niños que tuvieron la desgracia de llegar a la ado...