martes, 21 de abril de 2020

ENRIQUE KELLER Y MI VIAJE A ALEMANIA EN 1956 (1ª parte)



                          


                        A mediados del 55 había iniciado relaciones comerciales y afectivas con Enrique Keller, alemán establecido en Zarauz (Guipuzcoa). Su jovialidad determinó que con cierta celeridad se fuera acrecentando nuestra amistad, en tal grado que un día le expresé mi deseo de visitar Alemania para estudiar su mercado y las técnicas de fabricación de la competencia en marroquinería. Acogió favorablemente mi propósito y me sugirió que la fecha más idónea sería en la próxima primavera, que al iniciarse el mes de Marzo se celebrarían las Ferias de Frankfurt y  Offenbach, que tenía el hábito de visitarlas todos los años en razón de sus negocios, y me brindaba su colaboración. Acepté su ofrecimiento expresándole mi gratitud.
                              Con anticipación de unos días me fui a las Vascongadas y allí me entrevisté entre otros con un cliente cuyo comercio se llamaba IRIBARNE. Este cliente, al ser informado que iría a Alemania, me aconsejó tuviera especial cuidado con mis conversaciones que pudiera mantener en Francia con españoles; había allí exiliados que mantenían conversaciones contra el Franquismo que si no les  seguías la corriente podían equivocarte; pero lo más grave era que a tu lado se sentaran franquistas simulando antifranquismo  y si compartías sus ideas políticas podías padecer serios problemas al regreso. Lo más prudente era mantenerse en silencio completo.
                              Un atardecer inicié el viaje. Al llegar a Hendaya entraron en el compartimento donde estaba yo cuatro o seis campesinos que al saludar en castellano y corresponderles en el mismo idioma se alegraron de la coincidencia. Llevaban atuendo de campesino y su comportamiento evidenciaba que no hacían teatro. Hicieron preguntas sobre mi profesión y destino que evadí y seguidamente, como continuara en silencio, comenzaron, en tono más chabacano y soez que discreto, a hablar mal del dictador y su régimen, incluso, repitieron un chiste burdo que preguntaba sobre la igualdad del pan de maíz con Franco. Como no riera y permaneciera mi mutismo, entonces para romperlo me hicieron una ofensa directa:
-          Este es un señorito de la camisa azul”.
                              Como no pudiera contenerme respondí:
-          “Este hombre, que no es un señorito, tiene la camisa limpia, cualesquiera que sea el color de la vuestra ¿está sin manchas? Y tened en cuenta que mientras en las guerras entre naciones puede haber buenos y malos, en las guerras civiles tal vez ninguno sea bueno aunque los vencedores acaso lo sean menos malos”.
                              Mientras pensaba que había hecho afirmaciones que podían comprometerme, los campesinos se ausentaron sin despedirse, excepto uno que dijo ser natural de Socuéllamos (Ciudad Real),
que consideraba que yo era influyente en la sociedad española y que podría ayudarle en su deseo de volver a su tierra. Después de decirle que se equivocaba respecto a mi importancia, manifesté  que recientemente un alto funcionario de Franco había hecho  unas declaraciones en el sentido que los exiliados que no hubieran cometido delitos de sangre podrían regresar impunemente con solo solicitarlo. Mientras corría por sus mejillas una lágrima, continuó:
-          Es que me atribuyen haber dado muerte al párroco de mi pueblo y yo no fui quien lo mató”.
-          “Si efectivamente Usted no fue el causante, búsquese una coartada; porque si no estuvo allí, estuvo en otra parte y habrá alguien que pueda certificarlo”.
-          “Pero es que lamentablemente estuve allí”.

Y en silencio se marchó.

                              Siguió el tren devorando kilómetros, cuando en el compartimento contiguo empezaron a llorar unos niños. El tren llevaba calefacción pero no agua. En mi elemental francés logré que el revisor les diera de beber; se trataba de la mujer de un exiliado que se trasladaba con varios críos a unirse con su marido en Tours; pidió les avisara donde debían bajarse; cuando llegaron a su destino, el marido que esperaba, informado por la mujer, me expresó gratitud y me ofreció un trago de leche que agradecí al tiempo de despedirnos.

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