A
mediados del 55 había iniciado relaciones comerciales y afectivas con Enrique
Keller, alemán establecido en Zarauz (Guipuzcoa). Su jovialidad determinó que
con cierta celeridad se fuera acrecentando nuestra amistad, en tal grado que un
día le expresé mi deseo de visitar Alemania para estudiar su mercado y las
técnicas de fabricación de la competencia en marroquinería. Acogió
favorablemente mi propósito y me sugirió que la fecha más idónea sería en la
próxima primavera, que al iniciarse el mes de Marzo se celebrarían las Ferias
de Frankfurt y Offenbach, que tenía el
hábito de visitarlas todos los años en razón de sus negocios, y me brindaba su
colaboración. Acepté su ofrecimiento expresándole mi gratitud.
Con
anticipación de unos días me fui a las Vascongadas y allí me entrevisté entre
otros con un cliente cuyo comercio se llamaba IRIBARNE. Este cliente, al ser
informado que iría a Alemania, me aconsejó tuviera especial cuidado con mis
conversaciones que pudiera mantener en Francia con españoles; había allí
exiliados que mantenían conversaciones contra el Franquismo que si no les seguías la corriente podían equivocarte; pero
lo más grave era que a tu lado se
sentaran franquistas simulando antifranquismo y si compartías sus ideas políticas podías
padecer serios problemas al regreso. Lo más prudente era mantenerse en silencio
completo.
Un
atardecer inicié el viaje. Al llegar a Hendaya entraron en el compartimento donde
estaba yo cuatro o seis campesinos que al saludar en castellano y corresponderles
en el mismo idioma se alegraron de la coincidencia. Llevaban atuendo de
campesino y su comportamiento evidenciaba que no hacían teatro. Hicieron
preguntas sobre mi profesión y destino que evadí y seguidamente, como
continuara en silencio, comenzaron, en tono más chabacano y soez que discreto, a hablar mal del
dictador y su régimen, incluso,
repitieron un chiste burdo que preguntaba sobre la igualdad del pan de maíz con Franco. Como no riera y permaneciera
mi mutismo, entonces para romperlo me hicieron una ofensa directa:
-
“Este es un señorito de la camisa azul”.
Como no pudiera contenerme respondí:
-
“Este hombre, que
no es un señorito, tiene la camisa limpia, cualesquiera que sea el color de la
vuestra ¿está sin manchas? Y tened en cuenta que mientras en las guerras entre
naciones puede haber buenos y malos, en las guerras civiles tal vez ninguno sea
bueno aunque los vencedores acaso lo sean menos malos”.
Mientras
pensaba que había hecho afirmaciones que podían comprometerme, los campesinos
se ausentaron sin despedirse, excepto uno que dijo ser natural de Socuéllamos
(Ciudad Real),
que consideraba que yo era influyente en la sociedad española y que podría ayudarle en su deseo de volver a su tierra. Después de decirle que se equivocaba respecto a mi importancia, manifesté que recientemente un alto funcionario de Franco había hecho unas declaraciones en el sentido que los exiliados que no hubieran cometido delitos de sangre podrían regresar impunemente con solo solicitarlo. Mientras corría por sus mejillas una lágrima, continuó:
que consideraba que yo era influyente en la sociedad española y que podría ayudarle en su deseo de volver a su tierra. Después de decirle que se equivocaba respecto a mi importancia, manifesté que recientemente un alto funcionario de Franco había hecho unas declaraciones en el sentido que los exiliados que no hubieran cometido delitos de sangre podrían regresar impunemente con solo solicitarlo. Mientras corría por sus mejillas una lágrima, continuó:
-
“Es que me atribuyen haber dado muerte al
párroco de mi pueblo y yo no fui quien lo mató”.
-
“Si efectivamente
Usted no fue el causante, búsquese una coartada; porque si no estuvo allí, estuvo
en otra parte y habrá alguien que pueda certificarlo”.
-
“Pero es que lamentablemente estuve allí”.
Y
en silencio se marchó.
Siguió
el tren devorando kilómetros, cuando en el compartimento contiguo empezaron a
llorar unos niños. El tren llevaba calefacción pero no agua. En mi elemental francés
logré que el revisor les diera de beber; se trataba de la mujer de un exiliado
que se trasladaba con varios críos a unirse con su marido en Tours; pidió les
avisara donde debían bajarse; cuando llegaron a su destino, el marido que
esperaba, informado por la mujer, me expresó gratitud y me ofreció un trago de
leche que agradecí al tiempo de despedirnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario