Se
dice que hay razas sobre las que gravita como una maldición divina su imposibilidad
de cambiar. Nuestro pueblo ha llevado a efecto en el siglo XVI una de las
empresas que han admirado e interesado a toda la humanidad. Sin embargo
llevamos 300 años de espalda a la historia del mundo. Se mantiene que los
grandes pueblos creadores de futuro son los que idolatran el progreso material
y el ascenso de la mayor altura moral. En ellos, en sus entrañas germina el
genio creador, cuyas hazañas asombran y enriquecen al mundo. Es incomprensible,
por ajeno a la lógica, que hayamos desertado en un período de casi 300 años a
la realización de nuestro destino. En este triste periodo de retracción hemos
idolatrado a una figura humana de subidos quilates de hombría, el hombre que
desafía a la muerte: el torero.
Reiteramos su excelsitud subrayando al mismo tiempo su intrascendencia
social.
Al mismo tiempo, ha pululado en
nuestra sociedad el cura de baja formación intelectual y paradójicamente, de escasa
formación moral, que en algunos casos compensaba con la apetencia de dinero, lo
que se denomina un cura simoniaco, pero que torpemente hemos venerado y ello ha
influido negativamente en nuestra sociedad.
Estos dos errores selectivos de
nuestro pueblo han determinado su atraso por insuficiencia de investigadores,
hombres y mujeres geniales que descubren los secretos de la naturaleza, además
de los caminos futuros de los humanos y enorgullecen y enriquecen a sus
pueblos.
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