J.Z.P
Ubrique 12 de abril de 2020
Como en los
primeros años de la década de los 50 evolucionara el modesto negocio de
artículos de piel que mantenía con mis hermanos favorablemente, pensamos
independizar la fabricación de la estuchería, de la propia pequeña
marroquinería de bolsillo; para desarrollar este proyecto buscamos la
colaboración de un oficial competente y de acrisolada honradez que le
concedimos plena autonomía y confianza.
La parte
económica la llevaba con comedimiento y mesura pero no obstante nos sorprendió
que incurriera en un descubierto de 13. 000 ptas, que aunque en el régimen
autárquico que padecíamos tenía alguna consideración, no produjo ni nuestra
alarma ni nuestra inquietud, pero sí moderada curiosidad pues confiábamos plenamente en él; y en la
primera oportunidad trataríamos de averiguar. He aquí su sorprendente respuesta:
Un tío suyo
ahora residente en Francia, en la zona de Perpignan, toda su ejemplar vida la
había vivido con su mujer, con cierta austeridad pero con gran paz, en un
rancho heredado de sus padres, situado en la parte Este de los Bujeos, hasta
los últimos días del mes de Julio del año 36, cuando un vecino, empuñando una
pistola, le amenazó obligándole a abandonar su tierra y a emigrar. El aludido tío
que jamás se había ocupado de la política ni intervenido en ella, previas las
demostraciones pertinentes, logró una orden del Cónsul de España en la que
mandaba a la autoridad de Ubrique que se le reintegrara el aludido Rancho a su
sobrino al cual le daba un poder para que pudiera cumplir la orden que precede.
Erróneamente él consultó con un conocido que mal interpretó la orden y lo mandó
a un abogado chanchullero que era quien le mentía y le sacaba el dinero.
Cuando a
nosotros nos mostró el documento ejecutivo o mandato, le hicimos ver que donde
tenía que ir y le resolverían el caso era al Cuartel de la Guardia Civil. Sin
demora habló con el Teniente quien después de estudiar el documento, le dio el
siguiente ejemplo: Salió con él de su oficina cerrando la puerta y, una vez
cerrada, se volvió y le dio tal “patadón” a la puerta que abrió las dos
hojas; seguidamente volvió a cerrarla y
le ordenó que repitiera el número añadiendo
que “venía por la documentación entregada y por el dinero que
injustamente le había sacado”. Haciendo un gran esfuerzo repitió la escena que
desaprobó el Jefe por falta de contundencia. Después le dijo que tenía que
repetirla en la puerta del abogado con máxima energía porque de ella dependería
su éxito.
Realizada la
misión encomendada, el leguleyo no dejaba de decir: “¿Quién anda detrás de
Usted?” y, por otra parte, “a su cliente habían de abonarle la cantidad de
beneficios y mejoras que había hecho en la casa y en la finca”.
Y sin más
comentarios y sin devolver dineros ni papeles se dio por terminada la gestión.
Informado el
Teniente de lo sucedido, después de unos días de silencio, le citó a una hora
determinada e hizo subir en el sidecar de la Guardia Civil, en aquel pequeño
vehículo acondicionado solo para el conductor y una pareja, a tres personas más
que figuraban comprimidas: el usurpador,
el representante del usurpado y el Teniente.
Una vez que
llegaron al Rancho, trató en vano el Teniente que le señalara el delincuente el
lugar donde pudiera haber sucedido el atropello y ante su negativa, abrevió dando lectura al mandato del
Cónsul. Como el aludido usurpador expusiera su negativa aduciendo que él tenía
que recibir en compensación a la multitud de mejoras que había realizado en la
finca, cierta cantidad, absolutamente falsas a simple vista, el jefe citado y
en esta ocasión nunca bien loado, mandó a la pareja de la Guardia Civil que montaran sus armas; la
rapidez en reaccionar positivamente el delincuente le evitó dar la orden de “Disparen”.
Aunque el
beneficiario del poder recibió el Rancho no tuvo ni los papeles ni el dinero.
Ello fue debido a carecer de ánimo y recursos para reclamar y además porque el
usurpador estaba vinculado con la familia Bohórquez quien se encargó de
encubrir la monstruosidad que hemos relatado.
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