Dada la especial constitución del
hombre que es absolutamente social, está reconocido por los sociólogos y
psicólogos que los desplazamientos del poder público no solamente alteran el
comportamiento público de los ciudadanos, sino también su intimidad más
profunda. Si ello lo origina lo que podemos llamar el cambio normal, ¿qué trauma
no producirá cuando el cambio es consecuencia del catastrófico de una Guerra
Civil? Hay quien considera la lucha
civil como la expresión más contundente de la ausencia de minorías auténticas.
Es posible que el protagonista, de sus
tiempos de claridad mental y audacia, como consecuencia de la debacle, se
convirtiera en un súbdito como tantos otros pasivo y desorientado. Si en la
contienda se resuelve como un auténtico vencedor, sería portador de la
auténtica moral que es solo una: Fidelidad a su destino personal dejando un
espacio social para que los demás realicen el suyo propio.
Si uno tiene la desgracia de tener
que tolerar todas las inmoralidades del mando, so peligro de muerte como ocurre
en todas las tiranías, entonces, si estamos provistos de una fuerte voluntad, tendríamos
que hacer acopio de memorias para cuando llegue su tiempo poder llamar a las cosas y personas por su nombre, único medio de
restablecer la normalidad cuando llegue su hora.
No había ningún vestigio de moral en
ninguno de los contendientes; en los vencidos toda presunción de moral era
utopía irrealizable; los vencedores no estimaban la superioridad más que en la
cantidad de dinero que se acumulara; confirmación de carencia de ética. En
nuestro pueblo hubo un suceso que rebasó
en abyección la obsesión crematística; para recolectar algunos fondos con que
socorrer a viudas y huérfanos de la guerra, convocó un hombre sensible, Antonio
Coveñas León una reunión de quienes tenían alguna holgura económica. Todos los
asistentes “haciendo de tripas corazón” aceptaron lo que le asignaron, a
excepción de un médico y un industrial; el médico, que tenía muchos hijos
naturales, objetó que él no pagaba nada para hijos de p.; el fabricante,
superando la canallería del médico, si ello fuera posible, dijo que él no veía
motivo de colecta, “que a más viudas, más p.”. EL convocante les contestó en un
alarde de civismo:
“Si
los hijos tuvieran opción a elegir padre, ustedes moriríais sin descendencia.
Si el que colabora en la prostitución es un depravado, ¿qué es el que la
fomenta?”
Del fanatismo, el odio y el encallamiento,
narran historiadores que fue hecho prisionero en el frente de Aragón un zagal
de 16 años vestido de requeté; las tropas republicanas lo interrogaron; cuando
finalizaba el pseudo-juicio le encontraron un escapulario que juzgaron como
prueba de criminalidad absoluta y lo ejecutaron en el acto. Si las fuerzas que
lo prendieron eran irreligiosas no debieron considerar prueba acusatoria aquel
trapito; si creyeron que constituía una prueba acusatoria, eran supersticiosos
o creyentes negativos. Es sabido de todos que la superstición es degradante
mientras la religiosidad estimula a la excelencia.
Parece evidente que mi padre había
confiado que en su futuro imperaría la libertad, el respeto, la solidaridad y
la ciencia, y el cataclismo social que es la Guerra Civil le hizo perder toda
esperanza, afán de superación y claridad mental.
Las ideas fundamentales de este
intento de aproximarnos a la frustración de la vida de mi progenitor se deben
al profundo estudio realizado por D. José Ortega y Gasset con el título “La Rebelión de las Masas”, 2019.
Alianza Editorial. El libro de bolsillo. Págs. 65, 66, 179, 209,210.
Donde dice encallamiento debe decir ENCANALLAMIENTO
ResponderEliminar