lunes, 25 de mayo de 2020

DECLIVE SORPRENDENTE DE LA PERSONALIDAD LUMINOSA DE FRANCISCO CABEZAS VEGAZO.



Dada la especial constitución del hombre que es absolutamente social, está reconocido por los sociólogos y psicólogos que los desplazamientos del poder público no solamente alteran el comportamiento público de los ciudadanos, sino también su intimidad más profunda. Si ello lo origina lo que podemos llamar el cambio normal, ¿qué trauma no producirá cuando el cambio es consecuencia del catastrófico de una Guerra Civil?  Hay quien considera la lucha civil como la expresión más contundente de la ausencia de minorías auténticas.

Es posible que el protagonista, de sus tiempos de claridad mental y audacia, como consecuencia de la debacle, se convirtiera en un súbdito como tantos otros pasivo y desorientado. Si en la contienda se resuelve como un auténtico vencedor, sería portador de la auténtica moral que es solo una: Fidelidad a su destino personal dejando un espacio social para que los demás realicen el suyo propio.

Si uno tiene la desgracia de tener que tolerar todas las inmoralidades del mando, so peligro de muerte como ocurre en todas las tiranías, entonces, si estamos provistos de una fuerte voluntad, tendríamos que hacer acopio de memorias para cuando llegue su tiempo poder llamar a las  cosas y personas por su nombre, único medio de restablecer la normalidad cuando llegue su hora.

No había ningún vestigio de moral en ninguno de los contendientes; en los vencidos toda presunción de moral era utopía irrealizable; los vencedores no estimaban la superioridad más que en la cantidad de dinero que se acumulara; confirmación de carencia de ética. En nuestro  pueblo hubo un suceso que rebasó en abyección la obsesión crematística; para recolectar algunos fondos con que socorrer a viudas y huérfanos de la guerra, convocó un hombre sensible, Antonio Coveñas León una reunión de quienes tenían alguna holgura económica. Todos los asistentes “haciendo de tripas corazón” aceptaron lo que le asignaron, a excepción de un médico y un industrial; el médico, que tenía muchos hijos naturales, objetó que él no pagaba nada para hijos de p.; el fabricante, superando la canallería del médico, si ello fuera posible, dijo que él no veía motivo de colecta, “que a más viudas, más p.”. EL convocante les contestó en un alarde de civismo:

Si los hijos tuvieran opción a elegir padre, ustedes moriríais sin descendencia. Si el que colabora en la prostitución es un depravado, ¿qué es el que la fomenta?”

Del fanatismo, el odio y el encallamiento, narran historiadores que fue hecho prisionero en el frente de Aragón un zagal de 16 años vestido de requeté; las tropas republicanas lo interrogaron; cuando finalizaba el pseudo-juicio le encontraron un escapulario que juzgaron como prueba de criminalidad absoluta y lo ejecutaron en el acto. Si las fuerzas que lo prendieron eran irreligiosas no debieron considerar prueba acusatoria aquel trapito; si creyeron que constituía una prueba acusatoria, eran supersticiosos o creyentes negativos. Es sabido de todos que la superstición es degradante mientras la religiosidad estimula a la excelencia.

Parece evidente que mi padre había confiado que en su futuro imperaría la libertad, el respeto, la solidaridad y la ciencia, y el cataclismo social que es la Guerra Civil le hizo perder toda esperanza, afán de superación y claridad mental.

Las ideas fundamentales de este intento de aproximarnos a la frustración de la vida de mi progenitor se deben al profundo estudio realizado por D. José Ortega y Gasset con el título “La Rebelión de las Masas”, 2019. Alianza Editorial. El libro de bolsillo. Págs. 65, 66, 179, 209,210.

1 comentario:

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