lunes, 4 de mayo de 2020

VIDA DE FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (I)



            Nacido en una familia numerosa era el séptimo por orden de nacimiento; bien parecido, de aventajada estatura, a los nueve años tuvo que trabajar en una tenería donde la jornada era de sol a sol con los pies descalzos y permanentemente mojados. El procedimiento de curtición era muy viejo, quizás proveniente de los moros y consistía en grandes noques donde se mantenían los cueros hasta seis meses. Los trabajadores adultos quizás para librarle de aquel suplicio durante algunos minutos, todos los días lo mandaban a recoger las sobras de las comidas de los dueños, que destinaban a dos ejemplares de perros grandes, guardianes, pero antes de llegar a la Tenería y verterlos a los citados animales, tenía que pararse para que unos niños hambrientos pudiera encontrar algún residuo comestible. ¡Qué humillación para todos los padres y para toda la sociedad¡ Hay un antiguo proverbio que dice que los hijos vienen con su pan debajo de sus brazos; es posible que así fuera en muchos casos en que los padres sienten que quien los procrea asume la obligación de sustentarlos hasta que ellos lo  pueden  hacer por sí mismos; pero en el caso de mi abuelo ese principio elemental no regía por cuanto que era un hombre de tal timidez que le impedía crecerse ante las exigencias de la familia y que paradójicamente era compatible con una soberbia, que dejaba en pañales a la de los tercios españoles cuando dominaban el mundo, y con un sentido del ridículo que le impedía correr riesgos de frustraciones.

            Mi padre compensaba la deficiencia de la comida de la familia, con la cena que hacía en casa de su tío el Capitán jubilado del ejército Francisco Vegazo Torres que había luchado en Cuba y que supongo muriera joven.
           
                        Afortunadamente se daba la circunstancia que las fábricas de curtidos decaían por no modernizarlas los empresarios e imponer las técnicas europeas, mientras surgía una artesanía de la piel al subir, aunque levemente, el nivel de vida. En una sociedad paupérrima, ni hacían falta carteras para llevar documentos, ni monederos ni billeteros, ni petacas para evitar que se mojara el tabaco. Donde no había más que escasez, no había que usar ni guardar nada.
            Posiblemente, como consecuencia del libre comercio y el fomento de la tecnología científica, toda Europa había aumentado en riqueza y aunque, en menos proporción, España no era una excepción. Esto determinó en consecuencia que en las grandes capitales surgiera la artesanía de la piel; entonces en Ubrique, donde se iban liquidando las artesanías de calzados y curtidos, se agarraron como náufragos a una tabla a la nueva actividad artesana que denominaban marroquinería.
            Mi padre, como cuantos proceden de un trabajo más duro, aprendió rápidamente el nuevo oficio y habiéndose establecido por su cuenta, y como lograra en breve tiempo alguna holgura económica, pensó en formar un hogar; y a tal fin se dirigió a una doncella, hija del artesano Ignacio Calvo Gómez, hombre de prestigio y cierta fama por su capacidad de trabajo. Fui testigo presencial que cavando su viña, y ya iniciada su vejez, que él solo llevaba tan amplio tajo como el de tres cavadores a sueldo que había contratado.
El matrimonio, aunque mi madre al contraer nupcias solo tenía 18 años, se desenvolvía perfectamente y se iba llenando de críos que cuidaba con esmero y simultáneamente cocinaba y atendía las costuras de las piezas sin ningún mal gesto, ni siquiera una palabra destemplada; no así mi padre que iba revelando a veces cierto carácter depresivo; siempre se fijaba una labor excesiva y cuando era imposible realizarla o alguno de sus operarios hiciera mal la suya, gritaba e insultaba aunque la cosa o trastorno fuera insignificante económicamente. Por lo demás seguía conservando, salvo raras excepciones, un carácter tolerante e incluso brillante. Cuando alguien contara un chiste deslavazado o insulso, él repetía otra versión que nos hacía reír a todos. Frecuentemente cantaba estas dos pequeñas canciones:

Yo no tuve cuando niño las caricias maternales,
Solo he tenido tristezas y desengaños mortales”.

            La otra decía así:

            Es la noble España
La sin par nación,
En cuyos dominios
No se pone el sol,
Gloria a la patria querida mía
Que humillaciones
No padeció
¡compañeros, viva,
Viva la nación¡”

                        Era lógico que en la primera canción lamentara que su infancia fuera menos feliz. En cuanto a la segunda, solo la explica el sadismo y la mala fe  de los maestros y los gobernantes que cuando la más feble nación nos humillara, se confundiera y se engañara a toda la infancia. Debían decirle la verdad que era: “Nuestra conquista de América no fue obra de minorías preparadas y previsoras; fue obra del pueblo y el pueblo a cambio de otras virtudes, carece de ideas de futuro” (Ortega y Gasset).

                        ¡La pequeña prosperidad de mi padre se debía a poseer una intuición de las características de cada zona de la piel que le permitía aplicar toda ella adecuadamente a su función en la pieza confeccionada, sin desperdiciar nada¡

           Recién casado, tuvo una aparcería con mi tío Juan Calvo Jiménez, cuya duración fue muy breve porque mientras mi tío era un artista de pocas piezas, cortito, que podía ganar exposiciones, mi padre era un trabajador muy largo, dentro de la corrección de lo elaborado. Después de varias experiencias satisfactorias nombró un viajante de prestigio, de apellido Astillero, que le enviaba bastante trabajo, pero que hubo de prescindir de él y de los operarios, porque mi padre ajustaba sus costos por su capacidad de producción y los operarios no le igualaban y originaban pérdidas. Cuando prescindió de los operarios, con frecuencia pasaban por nuestra calle cantando una copleta que decía:
           
                 “En la orilla del río canta una loca,
                  Cada uno se jode cuando le toca”.

            La verdad es que a mi padre no lo perjudicaban; cuando yo, que podía tener 9/10 años, le preguntaba qué significaba aquello, respondía:
“Esta pobre gente se encuentra sin trabajo y en vez de preocuparse de la forma de encontrarlo, creen que es suficiente con ofender al presunto culpable”.
            En general, en la 2ª República, los trabajadores cuando estaban descontentos o lamentaban alguna falta o agravio, en vez de recurrir al diálogo respondían con copletuchas. Otro día les trasladaré otras; ahora les transcribo solo dos:

            San José bendito ¿por qué te quemaste?
            Viendo que eran gachas ¿por qué no soplaste?

            Y otra:

            San Pedro como era calvo
            Le picaban los mosquitos
            Y la Virgen le decía
            Ponte el gorro, Periquito”.
            
          El sitio donde lo cantaban los trabajadores era en una vivienda contigua a mi casa, que mi padre tenía alquilada a María García, casada con Castro. La citada calle de vecinos  era presumiblemente de Derechas por lo que así podían ofender con estas canciones sus supuestas creencias. Los partidos sean de Derecha o de Izquierda cuando son espúreos, que es la mayoría de las veces, rehúsan el diálogo porque ellos portan el germen de la tiranía y el diálogo se lo frustra.

            Recién terminada la guerra compró un cortijo de riego, denominado el Garrotal que presentaba un potencial de posibilidades económicas formidable. Pero en vez de arrendarlo, como procedía en un dueño que ignoraba la agricultura, tuvo dos medianeros sucesivamente con los que salió peleando. La compró a ojo, sin medida, y la vendió midiéndola, pese a iniciarse la inflación  le perdió dinero. Simultáneamente vendió la fábrica de marroquinería que era la más mecanizada y automatizada de Ubrique.
 Como el mosto del país tenía gran demanda y las viñas de Ubrique se estaban perdiendo, pensó en comprar uvas en Los Palacios (Sevilla) en aparcería con mi abuelo; mi abuelo, que era un excelente trabajador, entendía poco de negocios, y compró unas uvas cuyo caldo solo dio vinagre, cuya pérdida menguó más su capital y lo único que se le ocurrió a mi padre fue inculpar a mi abuelo, siendo tanto uno como otro culpable, y disgustarse con toda la familia materna.         
            Continuará….

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  a mis nietos y sus amigos Debido a la frustración que constituía la normalidad de los niños que tuvieron la desgracia de llegar a la ado...