miércoles, 6 de mayo de 2020

FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (II)




Mi padre todavía conservaba alguna iniciativa de sus mejores tiempos y logró la representación y depósito de una Fabriquita modesta pero que su humilde dueño hacía compatible la humildad con un dominio insuperable de la curtición logrando así los mejores curtidos que se usaban en los talleres de Ubrique. Pero, como confirmación de su pérdida de iniciativas adoptara el lema: “que el buen paño en el arca se vende”, aquello fue de mal en peor y al final terminó en ruina. Porque no tuve la satisfacción de conocer personalmente a este hombre y curtidor ejemplar, hoy siento la tristeza irreparable de su ausencia; porque la medida exacta, rigurosa de lo humano son exclusivamente sus obras; y quienes realizan obras perfectas son personas eximias. Y mi dolor se acrecienta porque fuera mi padre el que frustrara su vida por no ser fiel a la suya propia.

A duras penas iba manteniendo la familia numerosa con los exiguos ingresos que le proporcionaba un Depósito y representación de vinos y coñac de la Palma del Condado (Huelva) denominada “Espinosa”. El trato de vinos y licores le hizo alcohólico, con lo que tal vez lograra olvidar sus deserciones, pero estuvo a punto de arrebatarle la vida, pues un día, ejercitando la caza que era su deporte favorito, padeció un infarto que, al superarlo, le reintegró a la normalidad.

Quiero rendir homenaje al agente general de la Bodega Espinosa cuyo nombre y apellidos lamento haber olvidado, por un doble motivo: por una parte, porque vendiendo cantidades industriales de vinos y licores, ello lo lograba sin probar una sola copa. Se ha dicho siempre que el índice de normalidad lo dan las posibilidades o limitaciones de relacionarse, y aquel hombre tenía tal locuacidad y sin embargo, discreción que seducía a todos los compradores; el segundo motivo fue más interesado; cuando mi padre solo obtenía reducidos ingresos para mantener la familia, le facilitó la dirección del gerente de los Almacenes Madrid de Murcia. Recién terminada la Guerra Civil, el suministro a las tiendas de tejidos era insuficiente; pero este hombre tenía una red extensa de clientes por las provincias de Murcia, Almería e incluso algunos en las de Málaga y Granada, a los que atendía con esmero y que lógicamente en reciprocidad se fueron con él cuando mi padre le envió el muestrario de marroquinería a Don Antonio Muñoz, que así se llamaba el citado gerente de los Almacenes Madrid de Murcia capital. Así discurrieron unos años con menos estrecheces en la familia.

  Antes de iniciar el taller de marroquinería estuvo una temporada abasteciendo de rasos a algunos pequeños industriales por la misma razón que las tiendas de tejidos carecían de suficientes suministros. A tal efecto nombró a un representante en Barcelona, de apellido Margarit, a quien le enviaba fondos e iba remitiéndole partidas de moharé (raso). Pero cuando se normalizó el mercado desapareció el negocio y le quedaron pendiente de colocación una partida de 33.000 ptas., que nos creaban otro nuevo problema de estrecheces y agobios. Afortunadamente se resolvió de forma casual; un vecino nuestro, representante de una Fábrica de Curtidos de Gandía, llamada Navarro Estruch,  había vendido con ánimo fraudulento a un exalcalde de Ubrique varias partidas de pieles que en vez de marcar en su reverso el pietaje que diera la máquina de medir, como era obligatorio, enviaba las pieles sin marcar sus pietajes aunque en la factura pusiera la medida real. Después el comprador  de la partida marcaba un 10/15% más y el referido comprador ofrecía las pieles de medidas adulteradas, y , para facilitar su venta, las anunciaba “al mismo precio que en fábrica y sin portes”; así logró la venta de algunas partidas; pero, una vez que algún marroquinero contrastó medidas y rendimientos , al descubrir el engaño,  divulgó la noticia y,  ante la imposibilidad de su venta, volvieron al representante. Y fueron las pieles que, previa rectificación correspondiente, se canjearon por los rasos. En el breve tiempo que duró su alcaldía, como permanecía el racionamiento y vinieran partidas de bacalao que desaparecían antes de distribuirlas, la gente le puso el mote impropio de “Rey del Bacalao”, según unos, o “Rey de Escocia” según otros.

Para terminar LA BIOGRAFÍA DE MI PADRE voy a contar otro contratiempo que le ocurrió provocado por este truhán. Tenía el proyecto de aumentar la superficie de la planta de la casita de un solo piso que tenía en Los Callejones. Hubieron de desistir del proyecto porque no había ni arena ni burros para transportarla. Pero a los pocos días se dio cuenta el maestro de la obra  que los muros estaban construidos  con arena del Puerto de la Silla o del Chamizo donde había un yacimiento de arena cálcica dentro de la propiedad, y que moliendo los escombros, volverían  a adquirir las mismas condiciones que la mejor. Se trató de molerlos en la molineta de Domingo López pero  el falso rey y auténtico mangante se lo impidió.

Otro suceso que revela el sectarismo que imperaba en aquella sociedad se describe a continuación: Había un anciano al que apodaban “El Lereto” que, con la debida autorización para que obtuviera algún dinero con que mantenerse, rifaba algunos oropeles-baratijas. Como el fervor republicano que en principio fuese intenso, según historiadores, decreciese después, a la vista que en nombre de la República se quemasen sembrados a punto de recolección e Iglesias y conventos, sin excluir la persecución y sabotajes que sufrían los propietarios que, según los líderes del comunismo, debían ser eliminados, lo cierto es que vendía pocas papeletas debido A que el objeto de la rifa era un bonito cuadro tricolor de una hermosa joven envuelta en la bandera de la República y la gente designaba como “La Niña Republicana”.
Mi padre le compró alguna papeleta y “casualmente” le tocó. Al entregarle el cuadro “EL Lereto” le rogó lo expusiera en el taller en un sitio bien visible. Por razones largas de explicar, iniciada la Guerra Civil estuvo a punto de originarle un serio disgusto.

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