Mi padre todavía conservaba alguna
iniciativa de sus mejores tiempos y logró la representación y depósito de una Fabriquita
modesta pero que su humilde dueño hacía compatible la humildad con un dominio
insuperable de la curtición logrando así los mejores curtidos que se usaban en
los talleres de Ubrique. Pero, como confirmación de su pérdida de iniciativas
adoptara el lema: “que el buen paño en el arca se vende”, aquello fue de mal en
peor y al final terminó en ruina. Porque no tuve la satisfacción de conocer
personalmente a este hombre y curtidor ejemplar, hoy siento la tristeza
irreparable de su ausencia; porque la medida exacta, rigurosa de lo humano son
exclusivamente sus obras; y quienes realizan obras perfectas son personas
eximias. Y mi dolor se acrecienta porque fuera mi padre el que frustrara su
vida por no ser fiel a la suya propia.
A duras penas iba manteniendo la
familia numerosa con los exiguos ingresos que le proporcionaba un Depósito y
representación de vinos y coñac de la Palma del Condado (Huelva) denominada “Espinosa”.
El trato de vinos y licores le hizo alcohólico, con lo que tal vez lograra
olvidar sus deserciones, pero estuvo a punto de arrebatarle la vida, pues un
día, ejercitando la caza que era su deporte favorito, padeció un infarto que,
al superarlo, le reintegró a la normalidad.
Quiero rendir homenaje al agente
general de la Bodega Espinosa cuyo nombre y apellidos lamento haber olvidado,
por un doble motivo: por una parte, porque vendiendo cantidades industriales de
vinos y licores, ello lo lograba sin probar una sola copa. Se ha dicho siempre
que el índice de normalidad lo dan las posibilidades o limitaciones de
relacionarse, y aquel hombre tenía tal locuacidad y sin embargo, discreción que
seducía a todos los compradores; el segundo motivo fue más interesado; cuando
mi padre solo obtenía reducidos ingresos para mantener la familia, le facilitó
la dirección del gerente de los Almacenes Madrid de Murcia. Recién terminada la
Guerra Civil, el suministro a las tiendas de tejidos era insuficiente; pero
este hombre tenía una red extensa de clientes por las provincias de Murcia,
Almería e incluso algunos en las de Málaga y Granada, a los que atendía con
esmero y que lógicamente en reciprocidad se fueron con él cuando mi padre le
envió el muestrario de marroquinería a Don Antonio Muñoz, que así se llamaba el
citado gerente de los Almacenes Madrid de Murcia capital. Así discurrieron unos
años con menos estrecheces en la familia.
Antes
de iniciar el taller de marroquinería estuvo una temporada abasteciendo de
rasos a algunos pequeños industriales por la misma razón que las tiendas de
tejidos carecían de suficientes suministros. A tal efecto nombró a un
representante en Barcelona, de apellido Margarit, a quien le enviaba fondos e
iba remitiéndole partidas de moharé (raso). Pero cuando se normalizó el mercado
desapareció el negocio y le quedaron pendiente de colocación una partida de 33.000
ptas., que nos creaban otro nuevo problema de estrecheces y agobios.
Afortunadamente se resolvió de forma casual; un vecino nuestro, representante
de una Fábrica de Curtidos de Gandía, llamada Navarro Estruch, había vendido con ánimo fraudulento a un
exalcalde de Ubrique varias partidas de pieles que en vez de marcar en su
reverso el pietaje que diera la máquina de medir, como era obligatorio, enviaba
las pieles sin marcar sus pietajes aunque en la factura pusiera la medida real.
Después el comprador de la partida
marcaba un 10/15% más y el referido comprador ofrecía las pieles de medidas
adulteradas, y , para facilitar su venta, las anunciaba “al mismo precio que en
fábrica y sin portes”; así logró la venta de algunas partidas; pero, una vez
que algún marroquinero contrastó medidas y rendimientos , al descubrir el
engaño, divulgó la noticia y, ante la imposibilidad de su venta, volvieron
al representante. Y fueron las pieles que, previa rectificación correspondiente,
se canjearon por los rasos. En el breve tiempo que duró su alcaldía, como
permanecía el racionamiento y vinieran partidas de bacalao que desaparecían
antes de distribuirlas, la gente le puso el mote impropio de “Rey del Bacalao”,
según unos, o “Rey de Escocia” según otros.
Para terminar LA BIOGRAFÍA DE MI
PADRE voy a contar otro contratiempo que le ocurrió provocado por este truhán.
Tenía el proyecto de aumentar la superficie de la planta de la casita de un
solo piso que tenía en Los Callejones. Hubieron de desistir del proyecto porque
no había ni arena ni burros para transportarla. Pero a los pocos días se dio
cuenta el maestro de la obra que los
muros estaban construidos con arena del
Puerto de la Silla o del Chamizo donde había un yacimiento de arena cálcica dentro
de la propiedad, y que moliendo los escombros, volverían a adquirir las mismas condiciones que la
mejor. Se trató de molerlos en la molineta de Domingo López pero el falso rey y auténtico mangante se lo impidió.
Otro suceso que revela el sectarismo
que imperaba en aquella sociedad se describe a continuación: Había un anciano
al que apodaban “El Lereto” que, con la debida autorización para que obtuviera
algún dinero con que mantenerse, rifaba algunos oropeles-baratijas. Como el
fervor republicano que en principio fuese intenso, según historiadores,
decreciese después, a la vista que en nombre de la República se quemasen
sembrados a punto de recolección e Iglesias y conventos, sin excluir la
persecución y sabotajes que sufrían los propietarios que, según los líderes del
comunismo, debían ser eliminados, lo cierto es que vendía pocas papeletas
debido A que el objeto de la rifa era un bonito cuadro tricolor de una hermosa
joven envuelta en la bandera de la República y la gente designaba como “La Niña
Republicana”.
Mi padre le compró alguna papeleta y “casualmente”
le tocó. Al entregarle el cuadro “EL Lereto” le rogó lo expusiera en el taller
en un sitio bien visible. Por razones largas de explicar, iniciada la Guerra
Civil estuvo a punto de originarle un serio disgusto.
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