Supersticiones
Puede haber cumplido o esté a punto
de cumplir los 100 años un lamentable suceso que acaeció en las Cuatro Esquinas
de la Calle Sevilla. Allí vivía una señora casada que sufría un tormento
continuo consistente en que recibía terribles garrotazos que le producía un ser
invisible con una estaca que tampoco se veía; la calle se llenaba de gente;
mientras más lamentos, más concurrencia, pero a nadie se le ocurría otra
solución que rezar lo cual no aliviaba a la pobre mujer y extendía la creencia
absurda que enviaran estacazos invisibles por los aires o, lo que es igual, que
había brujas que mediante la lectura de diabólicos libros lograban que sus
víctimas recibieran los azotes referidos.
No se entiende que ni entre las
autoridades ni entre los hombres de una población cuyos habitantes podían oscilar
entre 5 y 6 mil personas, nadie afrontara el terrible problema de la víctima ni
del embrutecimiento de la colectividad. Entonces mi padre con la audacia, curiosidad
y deseo de claridad, o afán de deshacer entuertos, entró en la casa, siempre de puerta cerrada, y presenció el
doloroso espectáculo de una mujer que lloraba y gemía y se contorsionaba
mientras el marido impotente lo presenciaba. Mi padre indicó al marido que
cubriera por una parte con su cuerpo y brazos a la mujer mientras él agarraba
los brazos del marido; como la mujer siguiera llorando y recibiendo el castigo
mientras ni el marido ni mi padre recibieran ningún golpe, mi padre le dijo al
marido:
“Su
mujer tiene una enfermedad en los nervios que es la causa de su sufrimiento;
llévela a un médico y no volverán a maltratarla”.
De la cantidad considerable de
personas que recibieron la información de lo sucedido y comprobaron que el
médico la había curado, muchas se liberaron de esta superstición. A pesar de
ello, todavía en los años 49 y 50 del siglo pasado se dice que se repitió algún
otro caso.
Viaje a Madrid
Solo había
salido mi padre de Ubrique a Algeciras para cumplir el aprendizaje de la
llamada “Instrucción” que consistía en incorporarlos a la vida militar por un
período de unos meses a los que por sorteo resultaban beneficiados de la
condición de “excedentes de cupo”.
Su pequeña
organización comercial contaba con un eficaz representante en Madrid que con
Barcelona eran los dos centros de mayor consumo de marroquinería. Podría ser
por el año 25 del siglo pasado. Un pedido importante presentaba dificultades de
cobro aduciendo el cliente deficiencias de la piel y confección. A efecto de su
cobro se trasladó a Madrid y resolvió el problema.
Pasados los
años, contándole anécdotas de su vida a su primogénito, éste le preguntó:
“¿Y qué hizo usted para que cambiara el cliente?
Su respuesta fue breve:
“Solo manifesté que todo en la
naturaleza, como la piel, sufre variaciones, hay partidas de pieles mejores y otras
menos buenas, pero en cuanto a la elaboración era idéntica a los pedidos
servidos con anterioridad porque me
cuidaba al cortar, eliminar alguna deficiencia que presentara la piel”.
Ignoro la
estatura del Sr. Corona que así se apellidaba el representante, pero he de
manifestar que mi padre, como he señalado en escritos anteriores, era de
aventajada estatura y bien parecido. A veces, he comprobado yo, que no soy alto, que un mismo argumento
esgrimido por una persona bajita y otra alta es más efectivo en la boca del de estatura mayor.
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