martes, 12 de mayo de 2020

FRANCISCO CABEZAS VEGAZO (IV)



Supersticiones

Puede haber cumplido o esté a punto de cumplir los 100 años un lamentable suceso que acaeció en las Cuatro Esquinas de la Calle Sevilla. Allí vivía una señora casada que sufría un tormento continuo consistente en que recibía terribles garrotazos que le producía un ser invisible con una estaca que tampoco se veía; la calle se llenaba de gente; mientras más lamentos, más concurrencia, pero a nadie se le ocurría otra solución que rezar lo cual no aliviaba a la pobre mujer y extendía la creencia absurda que enviaran estacazos invisibles por los aires o, lo que es igual, que había brujas que mediante la lectura de diabólicos libros lograban que sus víctimas recibieran los azotes referidos.
No se entiende que ni entre las autoridades ni entre los hombres de una población cuyos habitantes podían oscilar entre 5 y 6 mil personas, nadie afrontara el terrible problema de la víctima ni del embrutecimiento de la colectividad. Entonces mi padre con la audacia, curiosidad y deseo de claridad, o afán de deshacer entuertos, entró en la casa,  siempre de puerta cerrada, y presenció el doloroso espectáculo de una mujer que lloraba y gemía y se contorsionaba mientras el marido impotente lo presenciaba. Mi padre indicó al marido que cubriera por una parte con su cuerpo y brazos a la mujer mientras él agarraba los brazos del marido; como la mujer siguiera llorando y recibiendo el castigo mientras ni el marido ni mi padre recibieran ningún golpe, mi padre le dijo al marido:
Su mujer tiene una enfermedad en los nervios que es la causa de su sufrimiento; llévela a un médico y no volverán a maltratarla”.

De la cantidad considerable de personas que recibieron la información de lo sucedido y comprobaron que el médico la había curado, muchas se liberaron de esta superstición. A pesar de ello, todavía en los años 49 y 50 del siglo pasado se dice que se repitió algún otro caso.


            Viaje a Madrid
        
        Solo había salido mi padre de Ubrique a Algeciras para cumplir el aprendizaje de la llamada “Instrucción” que consistía en incorporarlos a la vida militar por un período de unos meses a los que por sorteo resultaban beneficiados de la condición de “excedentes de cupo”.
            Su pequeña organización comercial contaba con un eficaz representante en Madrid que con Barcelona eran los dos centros de mayor consumo de marroquinería. Podría ser por el año 25 del siglo pasado. Un pedido importante presentaba dificultades de cobro aduciendo el cliente deficiencias de la piel y confección. A efecto de su cobro se trasladó a Madrid y resolvió el problema.
            Pasados los años, contándole anécdotas de su vida a su primogénito, éste le preguntó:
            “¿Y qué hizo  usted para que cambiara el cliente?

            Su respuesta fue breve:
            “Solo manifesté que todo en la naturaleza, como la piel, sufre variaciones, hay partidas de pieles mejores y otras menos buenas, pero en cuanto a la elaboración era idéntica a los pedidos servidos con anterioridad  porque me cuidaba al cortar, eliminar alguna deficiencia que presentara la piel”.
            Ignoro la estatura del Sr. Corona que así se apellidaba el representante, pero he de manifestar que mi padre, como he señalado en escritos anteriores, era de aventajada estatura y bien parecido. A veces, he comprobado  yo, que no soy alto, que un mismo argumento esgrimido por una persona bajita y otra alta es más efectivo en la  boca del de estatura mayor.


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