Hago esta
introducción porque sin ella los graves sucesos y actuaciones que voy a contar
no serían comprensibles. Tienen algo de escabrosos y repugnantes pero no se
hacen con ánimo de difundir lo maloliente y nauseoso que muchas veces presenta
la vida; se trata simplemente de relatar unos acontecimientos que sucedieron
meses antes de la Guerra Civil, de los que en parte, ellos fueron
protagonistas. Se trata de un médico y de su familia, compuesta de tres hijas y
un hijo. No era su fuerte la discreción y las buenas maneras; frecuentemente se
alteraban, discutían, gritaban e incluso con cierta frecuencia se resolvía la
pelea en la calle. Anoten el jaez o clase de esta familia:
Jugábamos de chiquillos a las bolas
o bolindres, mientras en la reja o cierro pelaban la pava la hija mayor y su
novio; de buenas a primeras, el novio se ausentó deprisa; inmediatamente salió
la novia remangándose la falda sobre las ligas y en dos zancadas lo alcanzó y
cogiéndolo por el cogote lo trajo hasta su casa, donde dándole dos bofetadas “pedagógicas”
le dijo “te voy a enseñar a ser un hombre”.
Otro día fue una escena con más
espectadores: La mujer Doña L. salió de
estampida de la casa seguida de inmediato por el marido que le gritaba : “¡Si te saqué de un lupanar!”, entre otras
“lindezas”.
Otra vez salió de la casa la segunda
de las hijas, las más hermosa y esbelta, llamada R., perseguida por su padre,
pidiendo auxilio en estos términos: “¡Socorro!,
que me quiere violar….”
De la tercera, aún niña, que a
diferencia de las hermanas era muy morena y se llamaba L., no recordamos nada
que contar.
Del varón, llamado N., no hay ninguna noticia hasta la
Guerra Civil en la cual se vistió con el uniforme de Falange y desde los
primeros días de tomado el pueblo iba a las escaramuzas hacia los Montes
Marrufo y La Sauceda intentando tomarlos. De alguna de estas pequeñas
operaciones volvía con pellizas puestas que representaban orificios de balas
que tal vez llevaran puestas sus dueños al ser asesinados.
El médico la mayor parte de su
tiempo lo dedicaba a jugar al dominó. Ello era debido a que aún no era
obligatoria la Seguridad Social. Y en una economía autárquica, lo sueldos eran
reducidos y al médico no se recurría hasta última hora. Es lo cierto que en las
continuas partidas tenía de contrario a un
modesto bolichero que a pesar de haber estado trabajando desde los nueve
años, no sabemos de dónde había sacado el tiempo para aprender y dominar todos
los juegos de entretenimiento o distracción, nunca los de dinero, de forma que
en el 90% de las partidas ganaba, ya fuera chamelo, tute o brisca. Abrumado por tanta superioridad del pequeño
industrial, que alternaba el boliche con representaciones, sin disimular su
cabreo, el médico le espetó:
“Vamos
a averiguar de qué vive usted, si acaso es del Socorro Rojo”.
Consciente el industrial de la
gravedad de la sospecha en una Guerra Civil donde se dice que alguien había
sido fusilado por la acusación de un dueño de haberle partido un cristal,
perdida la serenidad, contestó atropellada e injustamente, recordando las
canallescas escenas del médico y su mujer en medio de la calle: “Vivo de todo menos de mujer”, aludiendo
a las palabras precitadas.
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