viernes, 10 de abril de 2020


                            Tragedia del cerro del águila y sus consecuencias
                     

          En la acera derecha de la calle de Oriente de la ciudad de Sevilla, conforme se salía hacia el campo, había unas modestas construcciones en un promontorio del terreno que las gentes denominaban el Cerro del Águila. Tan modestas eran las construcciones que de no ser porque en alguno de sus lados se veía ocasionalmente un centinela, nadie pensaría que aquello fuera un polvorín, ni por su volumen ni por su fortaleza. Es lo cierto que existía, y que un aciago día, por negligencia o imprevisión de sus guardianes o jefes, o por efecto de un sabotaje, aquello voló por los aires y sembró de muerte y dolor a todo el barrio.
           
            Nosotros que por las razones expuestas en otros escritos hubimos de trasladarnos al Colegio de los Salesianos de Ronda encontramos aquí un seminarista joven, esbelto y aunque su mirada era profundamente triste, no producía rechazo y por el contrario suscitaba simpatía. A los pocos días éramos conocedores de su origen y su desgracia que podía ser la máxima para cualquier muchacho: Había perdido en la explosión del Cerro del Águila a su padre, a su madre y a todos sus hermanos; profundamente impresionados, no preguntamos ningún detalle que ahora deploramos. Como nosotros nos sentíamos desterrados en aquel colegio y a él lo maltrataban como a cualquier pariente pobre, rápidamente simpatizamos y nos sirvió de informador de la ausencia de ejemplaridad de alguno de los curas que componían el profesorado. En los dos años que duró nuestro cautiverio nos contó comportamientos que más suscitaban piedad que rencor. Era triste tanta miseria de cuantos habían hecho votos de dedicarse al Señor a través de sus prójimos. Por otra parte consideramos que el rencor degrada más a quien lo mantiene que a quien lo recibe.

            Un día, no precisamente triunfal, ocurrió a la hora del almuerzo lo que a continuación veréis: Faltó el jefe de la mesa, un tal Calvente, huérfano de guerra, natural de Jimena, y en su ausencia el subjefe tenía que repartir. Como al iniciar el reparto observara que en la sopa de chorizo abundaban los “saltones”, informó a los demás chiquillos de la mesa que el guisado estaba en mal estado y que él no pensaba comerlo. Los zagales, después de comprobar  los gusanitos, coincidieron en abstenerse. Entonces se presentó en la mesa el cura vigilante que se llamaba Don Fausto quien,  por mala fe o por ignorancia, dijo: “Hoy no protestaréis”; entonces el que hacía de subjefe mostró los pequeños anélidos y el cura respondió:
            -“Quedáis expulsados”.

            El jefe de la mesa suplente, que estaba próximo a cumplir el 16 de Agosto 16 años, que tal vez se sintiera ultrajado, expresó con energía que allí quien expulsaba era el Director, y si a él lo despreciaban, se iba a verlo sin demora para informarle de lo que había sucedido. Como el tal Don Fausto le prohibiera que intentase moverse, el muchacho con algo de petulancia le contestó:
            -“Sí, voy a verle y le doy ventaja de salida”
            Al mismo tiempo que el cura contaba su versión al director, el muchacho le interrumpió diciendo:
            -“Si no me apreciáis, tampoco yo os estimo; si decidís expulsarme yo no siento ningún disgusto, pero exijo una condición, que reconozca un médico la desnutrición que sufro y que hoy no me habéis dado la comida”.
            El tal Fausto se marchó y el Director se expresó así:
            -“Si marchas ahora pierdes el curso; estamos a mediados de mayo y solo queda una quincena para terminar el curso; si esperas, te llevas el curso aprobado; si ahora padeces hambre llégate a la Prefectura donde el Prefecto, Don Eliseo, te dará cuanto necesites”.
            Me ofreció un par de huevos frescos, que ingerí haciéndole unos agujeritos, y media libra de chocolate cuyos primeros pocillos devoré y el resto repartí a mis expectantes amigos.

           
            Cuando finalizó el curso mi amigo Santiago García que fue el Seminarista que perdió a toda su familia en la explosión del polvorín del Cerro del Águila, así  contó lo sucedido:
            “ Habiendo hecho los sacerdotes los votos de amor y templanza, y  dudando de la integridad de toda la chacina y jamones dejándola al aire libre, optaron por tabicarlos en el sitio con menos luz y ventilación detrás de los retretes de la colectividad donde se pudrieron Aquellos curas con las sobras de las comidas de los alumnos engordaban varios cerdos..   

              El sexto curso rehuí de hacerlo con ellos y lo aprobé en el Instituto de Jerez por libre en Septiembre.
                                      Ubrique 10 de abril de 2020

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