Tragedia
del cerro del águila y sus consecuencias
En la acera derecha de la calle de Oriente de la ciudad de Sevilla, conforme se
salía hacia el campo, había unas modestas construcciones en un promontorio del
terreno que las gentes denominaban el Cerro del Águila. Tan modestas eran las
construcciones que de no ser porque en alguno de sus lados se veía
ocasionalmente un centinela, nadie pensaría que aquello fuera un polvorín, ni
por su volumen ni por su fortaleza. Es lo cierto que existía, y que un aciago
día, por negligencia o imprevisión de sus guardianes o jefes, o por efecto de
un sabotaje, aquello voló por los aires y sembró de muerte y dolor a todo el
barrio.
Nosotros que por las
razones expuestas en otros escritos hubimos de trasladarnos al Colegio de los
Salesianos de Ronda encontramos aquí
un seminarista joven, esbelto y aunque su mirada era profundamente triste, no
producía rechazo y por el contrario suscitaba simpatía. A los pocos días éramos
conocedores de su origen y su desgracia que podía ser la máxima para cualquier
muchacho: Había perdido en la explosión del Cerro del Águila a su padre, a su
madre y a todos sus hermanos; profundamente impresionados, no preguntamos ningún
detalle que ahora deploramos. Como nosotros nos sentíamos desterrados en aquel colegio y a él lo maltrataban
como a cualquier pariente pobre, rápidamente simpatizamos y nos sirvió de
informador de la ausencia de ejemplaridad de alguno de los curas que componían
el profesorado. En los dos años que duró nuestro cautiverio nos contó comportamientos
que más suscitaban piedad que rencor. Era triste tanta miseria de cuantos
habían hecho votos de dedicarse al Señor a través de sus prójimos. Por otra
parte consideramos que el rencor degrada
más a quien lo mantiene que a quien lo recibe.
Un día, no precisamente
triunfal, ocurrió a la hora del almuerzo lo que a continuación veréis: Faltó el
jefe de la mesa, un tal Calvente, huérfano de guerra, natural de Jimena, y en
su ausencia el subjefe tenía que repartir. Como al iniciar el reparto observara
que en la sopa de chorizo abundaban los “saltones”, informó a los demás
chiquillos de la mesa que el guisado estaba en mal estado y que él no pensaba
comerlo. Los zagales, después de comprobar
los gusanitos, coincidieron en abstenerse. Entonces se presentó en la
mesa el cura vigilante que se llamaba Don Fausto quien, por mala fe o por ignorancia, dijo: “Hoy no
protestaréis”; entonces el que hacía de subjefe mostró los pequeños anélidos y
el cura respondió:
-“Quedáis expulsados”.
El jefe de la mesa
suplente, que estaba próximo a cumplir el 16 de Agosto 16 años, que tal vez se
sintiera ultrajado, expresó con energía que allí quien expulsaba era el
Director, y si a él lo despreciaban, se iba a verlo sin demora para informarle
de lo que había sucedido. Como el tal Don Fausto le prohibiera que intentase
moverse, el muchacho con algo de petulancia le contestó:
-“Sí, voy a verle y le
doy ventaja de salida”
Al mismo tiempo que el
cura contaba su versión al director,
el muchacho le interrumpió diciendo:
-“Si no me apreciáis,
tampoco yo os estimo; si decidís expulsarme yo no siento ningún disgusto, pero
exijo una condición, que reconozca un médico la desnutrición que sufro y que
hoy no me habéis dado la comida”.
El tal Fausto se marchó
y el Director se expresó así:
-“Si marchas ahora
pierdes el curso; estamos a mediados de mayo y solo queda una quincena para
terminar el curso; si esperas, te llevas el curso aprobado; si ahora padeces
hambre llégate a la Prefectura donde el Prefecto, Don Eliseo, te dará cuanto
necesites”.
Me ofreció un par de
huevos frescos, que ingerí haciéndole unos agujeritos, y media libra de
chocolate cuyos primeros pocillos devoré y el resto repartí a mis expectantes
amigos.
Cuando finalizó el
curso mi amigo Santiago García que fue el Seminarista que perdió a toda su
familia en la explosión del polvorín del Cerro del Águila, así contó lo sucedido:
“ Habiendo hecho los sacerdotes los votos de amor y templanza, y dudando de la integridad de toda la chacina y
jamones dejándola al aire libre, optaron por tabicarlos en el sitio con menos
luz y ventilación detrás de los retretes de la colectividad donde se pudrieron Aquellos curas con las sobras de las comidas de los alumnos engordaban varios cerdos.”.
El sexto curso rehuí de hacerlo con ellos y lo aprobé en el Instituto de Jerez por libre en Septiembre.
Ubrique 10 de abril de 2020
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