En Junio de 1939 se
nos dijo que ya no podríamos ir como de costumbre a Jerez a examinarnos, que el
año en curso habríamos de ir a Cádiz y en años sucesivos tendríamos que estar
en un Instituto matriculados. Como cuando los perdigones en presencia del
águila se dispersan y ocultan, desaparecimos. Podríamos reunirnos cuando
comenzaron las vacaciones de junio, 14 o 16 zagales. Los más pudientes fueron
al Colegio del Palo (Málaga), la mayoría a los Salesianos de Ronda, y alguien,
que resultó con vocación sacerdotal, a Sevilla. Los primeros ministros
franquistas para mayor gloria de Dios y la Patria, sin olvidar la suya,
decretaron que no se podía estudiar por libre en sus pueblos respectivos. (Alguien juzgó que limitar la enseñanza
superior era un error pero imposible de impugnar).
El Rector del Seminario con la pretensión que los
Seminaristas fueran más eficientes y ejemplares decidió traérselos a Ubrique,
al antiguo Convento de Capuchinos, desde el año 36 abandonado. Alguien discrepaba
de su medida; creía que quien había de corregir abusos y pecados había de vivir
en la sociedad y no en una urna. Nuestro compañero, el Seminarista, en su
fervor de hacer méritos y prosélitos, nos sugirió a los que quisiéramos que si
teníamos deseos de perfeccionar nuestro Latín, el Rector nos daría clases
desinteresadamente.
Reconocimos que aquel cura dominaba la materia. Pero la
cordura que reinaba en la clase, un mal día lo rompió una anciana. Era una
pobre mujer decrépita y andrajosa, que apenas veía y con dificultad andaba, sus
ojos de color indefinido impresionaban, pero lo que causaba más fuerte impacto
eran sus párpados caídos de color rojo. Sin mediar otras palabras, gritó
mientras adelantaba sus brazos: “¡Aquí¡ ¡Aquí es¡ Mi nieto Sebastián, que es
muy guapo, para legalizar su situación en los Países Bajos necesita su partida
de Bautismo”. Sin disimular su enojo le respondió el cura: “Venga mañana y a
otra hora porque estamos en clase”.
Un alumno esgrimiendo que vivía en extramuros inaccesibles
y las limitaciones físicas de la anciana, sugirió al cura que le indicara el
número del legajo que él haría la copia y todos contentos. Pero entonces,
manteniendo su escasa amabilidad y en un santiamén se levantó el cura y le
entregó la partida, no omitiendo que eran 35 céntimos de peseta. La anciana
como la recogiera y se marchara y el Rector esperara el cobro, dio lugar a la
intervención de otro alumno que preguntó: “Si el Derecho Canónico no permite la
exención en este triste caso, pongamos unos céntimos cada uno y todo resuelto”.
Sin hacer cuenta a los céntimos recogidos, dio por
terminada la clase notificando al alumno que sugirió el pago que a las cuatro
lo esperaba en la Iglesia. La clase se celebraba en la sacristía.
El profesor a la hora impuesta le hizo la siguiente
interrogación: “¿Crees en Dios?” El alumno sin demora respondió: “Esa pregunta
se hace a lo más íntimo y reservado de la persona. Tengo sólidas reservas sobre
las creencias de muchas gentes pero como ellas le pertenecen y atañen exclusivamente
a ellos, me abstengo de preguntarles”. Prosiguió el profesor: “¿Crees en los
sacerdotes?” Respuesta: “¡Como en cualquier otra profesión¡ Hay carpinteros,
albañiles e ingenieros que dominan sus profesiones. Otros no merecen ninguna
atención”. Sus últimas palabras fueron: “Eres un caso completamente perdido”.
El alumno:” Me encuentro totalmente encontrado”.
Pero como antes de pisar la calle el zagal se diese
cuenta de la peligrosidad de sus manifestaciones en manos de religiosos
identificados con los políticos, volvió al cura y le pidió: “¿Podría evitar que
esta conversación trascendiera?”. Al contestarle afirmativamente, se dieron la mano.
Llegado a su casa, merendó y después de hojear algún
libro, se marchó a Los Callejones donde contó a sus amigos lo sucedido. Alguien
aprobó, otro censuró y la mayoría estuvieron en silencio.
Pero a la hora de cenar ocurrió lo más doloroso: su madre
y su hermana lloraban desoladamente. En principio pensó en alguna riña del
matrimonio. Pero como se prolongara el llanto, pregunté por lo sucedido; el
cura había visitado los Oratorios de Ubrique rogando hicieran Novenas por mi
conversión.
¡Tuve el afán de aprender Latín y padecí la felonía de un
cura!
PRUDENCIO CABEZAS CALVO,
UBRIQUE 7 DE ABRIL DE 2020.
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