Asistimos a un nuevo renacimiento del fanatismo, la incomprensión y
la intolerancia; ello es debido en parte, tal vez principal, a la
inhibición de los llamados a atajarlos con su decisión y su
ejemplaridad; como consecuencia, vuelven a brotar odios y ansias de
venganza. Digo en parte porque como en todo lo humano, en el reverso de
la indecisión de unos está la osadía y la arrogancia de los demagogos.
Es cosa bien sabida que la gobernación no puede realizarse más que con
la colaboración de la opinión pública y cuando una sociedad carece de
ella por deserción de las minorías incapaces de estructurarla, su lugar
es ocupado por los empresarios de la invertebración y caos de las
naciones.
La comprensión del prójimo requiere más esfuerzo y
constancia que la simpleza nihilista que niega cuanto difiere de sus
utopías, resentimientos o frivolidades. O acaso odie más el resentido el
entusiasmo que siente el hombre normal por la vida, con sus tristezas y
alegrías y el esfuerzo que requiere de superación permanente.
Cuanto
precede me impulsa a repetir el suceso que allá en los primeros meses
de 1.945 fue parte activa uno de nuestros antepasados. Ya habían sido
derrotados los dos principales aliados de Alemania en su empeño bélico
de destruir todo vestigio de la cultura y civilización Occidentales.
Como consecuencia, aquellas personas cuyas actuaciones, en el
fratricidio español, habían carecido de limpieza, sintieron o fueron
víctimas de una hiperestesia de temor de venganza de los vencidos.
Provocada por su angustia propalaban calumnias comprometedoras
injuriosas sobre personas que habían permanecido imparciales en la
contienda; la más frecuente si disponía de una situación económica de
cierta estabilidad era atribuírsela a organizaciones subversivas.
Provocados
por estos sentimientos, imprecaron a nuestro antecesor, que vivía de su
trabajo: ¿de qué vivía?. Exasperado respondió: “En la Guerras
Civiles hay en ambos bandos voluntarios y reclutados por los que
mandan.- Todo combatiente puede matar pero su terrible acción queda
atenuada o pierde toda su gravedad por el hecho que corre el riesgo de
ser muerto ; pero quien mata en la retaguardia cualquiera que sea su
color es un asesino”.
Nosotros completamos el juicio de nuestro
predecesor: quien en la paz propaga el odio, tiene la misma
calificación de los que privan de la vida a sus semejantes.-
El odio es como un árbol podrido pero eterno que pretende contagiar y matar a los demás árboles.-
Firmado: Prudencio Cabezas Calvo
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